Durante años señalado como un punto neurálgico en las rutas migratorias hacia Europa, Marruecos está logrando transformar su papel en el tablero migratorio del norte de África. Los datos recientes del informe anual de seguridad nacional de España no solo evidencian una caída de los flujos migratorios irregulares desde el Reino alauita, sino también un desplazamiento del epicentro hacia Mauritania. Este viraje sugiere que la estrategia marroquí, centrada en una combinación de control efectivo y enfoque humanitario, está surtiendo efecto en un contexto cada vez más complejo.
En 2024, Mauritania superó a Marruecos y Argelia como principal punto de partida de la migración irregular hacia España, con más de 25.000 salidas registradas. Este fenómeno se inserta en un repunte global de los flujos hacia las costas españolas —más de 61.000 llegadas por mar— y sitúa la ruta atlántica como uno de los principales canales de entrada a Europa. A su vez, la actividad migratoria ha vuelto a intensificarse en puntos críticos como Agadez (Níger), mientras que la ruta argelina continúa activa.
La política marroquí: del control a la integración
Frente a este panorama, Marruecos ha consolidado su estrategia migratoria en torno a un enfoque integral que combina medidas de seguridad con políticas de regularización y derechos humanos. La Estrategia Nacional de Inmigración y Asilo (SNIA), lanzada en 2014, marcó un punto de inflexión. Esta iniciativa permitió la regularización de más de 50.000 migrantes, en su mayoría subsaharianos, y estableció como ejes centrales la integración socioeconómica, la lucha contra las redes de tráfico de personas y la cooperación internacional.
La política marroquí ha sido reconocida en distintos foros multilaterales, llegando a posicionarse como modelo regional. Esta evolución le ha valido al país ser designado por la Unión Africana como “Líder en la cuestión migratoria”, una distinción que cristalizó con la aprobación de la Agenda Africana para la Migración en 2018.
Más allá del discurso, este cambio de paradigma se refleja en reformas legales, inversiones sociales y en el fortalecimiento de los mecanismos de protección de derechos humanos. Marruecos ha logrado distanciarse de una visión meramente securitaria, apostando por un modelo que busca armonizar el control de fronteras con la dignidad de las personas migrantes.
La dimensión internacional: Marruecos y la UE estrechan lazos
El enfoque marroquí ha encontrado eco en Bruselas. Entre 2014 y 2021, la Unión Europea destinó más de 100 millones de euros para apoyar la estrategia migratoria del Reino, financiando proyectos de inserción laboral, ayuda humanitaria y formación profesional. Esta cooperación se ha intensificado con España, que en los últimos años ha canalizado cerca de 120 millones de euros en apoyo logístico y operativo para frenar la migración irregular.
La ayuda más reciente incluye vehículos todoterreno, motocicletas, ambulancias, barcos y sofisticado material de vigilancia. Esta cooperación, lejos de ser meramente técnica, refleja una creciente sintonía política entre Rabat y las instituciones europeas. En abril de 2025, el comisario europeo de Migración, Magnus Brunner, destacó ante el Parlamento Europeo la reducción del 40 % en los intentos de salida irregular desde Marruecos hacia España, subrayando los avances en la colaboración con Frontex y CEPOL.
Brunner fue claro al remarcar que el futuro de la política migratoria europea dependerá de alianzas con países que respeten los estándares democráticos y los derechos fundamentales. Marruecos, al parecer, no solo cumple con esos requisitos, sino que ofrece un modelo replicable en una región donde las soluciones sostenibles son escasas.
¿Un nuevo eje migratorio en el Sahel?
Mientras Marruecos estabiliza su posición, el ascenso de Mauritania como punto clave en la ruta hacia las Islas Canarias plantea nuevos retos. La intensificación de los flujos por esta vía —con un crecimiento del 18 %— coincide con el descenso de la ruta mediterránea, lo que confirma un fenómeno de desplazamiento geográfico de los corredores migratorios, condicionado por los controles más estrictos en países como Libia y Túnez.
Este reordenamiento de las rutas también es reflejo de las presiones estructurales que empujan a miles de personas a migrar: conflictos, pobreza, persecuciones y catástrofes naturales. Frente a esta realidad, Marruecos parece haber entendido que la contención no basta. Su apuesta por una gobernanza migratoria basada en la inclusión podría marcar un antes y un después en la región.
En un contexto donde la migración seguirá siendo un fenómeno estructural del siglo XXI, Marruecos emerge como un actor que combina pragmatismo, estabilidad y visión a largo plazo.
Abdelhalim ELAMRAOUI
26/05/2025









