La ofensiva militar israelí sobre la Franja de Gaza ha desencadenado un creciente desgaste internacional, no solo por la devastación humanitaria sino también por el persistente bloqueo a la entrada de ayuda esencial. Las cifras de muertos, el colapso sanitario y la hambruna en aumento han provocado indignación global, así como un debilitamiento progresivo del discurso israelí ante la comunidad internacional. Países aliados, organismos multilaterales y organizaciones civiles empiezan a distanciarse, poniendo en entredicho la legitimidad de las acciones israelíes bajo el prisma del derecho humanitario.
Uno de los síntomas más evidentes de este desgaste fue la reciente renuncia de Jake Wood, exmilitar estadounidense y hasta hace poco director ejecutivo de la Fundación Humanitaria para Gaza (GHF), un mecanismo de distribución de ayuda respaldado por Estados Unidos e Israel. Su salida, tras apenas unas semanas en el cargo, fue motivada por la imposibilidad de aplicar el plan sin vulnerar los principios fundamentales de imparcialidad y neutralidad. “No seré parte de nada que disloque o desplace por la fuerza a la población palestina”, sentenció Wood, en su comunicado de prensa publicado por CNN y marcando una línea roja ética que, en su opinión, la operación no podía garantizar.
A pesar de que la GHF insiste en que sus camiones están listos para distribuir alimentos al 60% de la población gazatí en las primeras semanas, el proyecto ha sido duramente criticado por Naciones Unidas y otras organizaciones humanitarias. El hecho de que los puntos de distribución estén concentrados únicamente en el sur y centro de Gaza ha sido interpretado como una forma de colaborar, de facto, con el objetivo israelí de vaciar el norte del enclave, como declaró abiertamente el ministro de Defensa israelí. La ONU se ha negado a participar en el proyecto, señalando además que Israel continúa imponiendo rutas inseguras para el tránsito de ayuda.
Este escenario se produce en paralelo a una situación humanitaria cada vez más catastrófica. Desde marzo, Israel ha cerrado completamente los accesos de ayuda a Gaza. A pesar de haber permitido el ingreso de 107 camiones, según el reporte oficial israelí, la ONU recuerda que se necesitan al menos entre 500 y 600 camiones diarios para evitar una hambruna generalizada. Las consecuencias ya son visibles: según el Ministerio de Salud palestino, más de 300 abortos espontáneos, 58 muertes por desnutrición y 242 fallecimientos por falta de medicamentos han sido registrados desde el inicio del bloqueo total.
Ante esto, la respuesta ciudadana e internacional no se ha hecho esperar. Activistas de 31 países han convocado para junio una “Marcha Mundial hacia Gaza”, una iniciativa civil y pacífica que busca ejercer presión directa sobre organismos internacionales y romper el aislamiento impuesto al enclave. La marcha, que comenzará el 13 de junio en Egipto, planea avanzar hacia el paso de Rafah, única vía de entrada terrestre desde Egipto, con protestas programadas hasta el 20 de junio. La participación de más de 150 ONG da cuenta de la magnitud del respaldo civil y del nivel de frustración hacia los actores institucionales.
El desgaste de Israel también se manifiesta en la narrativa diplomática. Mientras Tel Aviv sostiene que la ofensiva es necesaria para neutralizar a Hamás y que los mecanismos actuales de ayuda son suficientes, la credibilidad de estos argumentos se diluye ante las imágenes de niños desnutridos, hospitales colapsados, barrios enteros arrasados y bombardeos directos y televisados contra restos de escuelas donde hay personas refugiadas, campamentos donde hay sólo población civil, y delegaciones internacionales.
El distanciamiento de figuras clave, como Jake Wood, y la negativa de la ONU a avalar los canales humanitarios actuales, debilitan aún más la posición israelí en foros internacionales y alimentan llamados crecientes a sanciones en miras al encuentro de las naciones del mundo a partir de 17 de junio en Nueva York.
En este contexto, incluso aliados históricos como Estados Unidos comienzan a mostrar fisuras. Si bien Washington mantiene el respaldo militar y político a Israel, la renuncia de Wood y las crecientes críticas dentro del Congreso estadounidense reflejan una presión interna para replantear el apoyo incondicional. Por su parte, países europeos como España han intensificado su tono contra Israel, impulsando llamados a sanciones en el marco de la Unión Europea, lo que marca un giro respecto a la tradicional cautela diplomática del bloque. A esa indignación se ha sumado Francia y el Reino Unido que sin ser parte del grupo de los 27, ha emitido advertencias por cuenta propia.
Esto revela una erosión sostenida del consenso internacional que, hasta hace poco, respaldaba o toleraba las acciones de Israel en Gaza. La conjunción de desgastes éticos, humanitarios, diplomáticos y civiles parece estar reconfigurando el escenario geopolítico en torno al conflicto. Ante lo que Israel poco a poco entra en la paradoja de correr el riesgo no solo de un mayor aislamiento, sino de que la legitimidad misma de su narrativa se desvanezca bajo el peso de la tragedia si persiste en su estrategia sin garantizar un acceso humanitario real y suficiente. Un tema que a su vez le es exigido a Netanyahu desde lo interno de su país para mantener el apoyo a su gobierno, que también está siendo cada vez más acorralado por la oposición.
26/05/2025
María Angélica Carvajal









