Bajo la impredecible batuta de Trump, la histórica invitación a la Casa Blanca se ha convertido en un arma de doble filo para los líderes mundiales.
Lo que antes era un honor reservado a unos pocos, una oportunidad para estrechar lazos y proyectar una imagen de poderío en el escenario internacional, se ha transformado en una ruleta rusa diplomática.
La era Trump ha despojado a la Casa Blanca de su tradicional protocolo y formalidad, convirtiéndola en un escenario impredecible donde cualquier paso en falso puede tener consecuencias imprevisibles.
El reciente encuentro entre Trump y el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, es un claro ejemplo de esta nueva dinámica. Trump, en un acto considerado por muchos como inapropiado e irrespetuoso, sorprendió a su invitado con la proyección de un vídeo propagandístico que denunciaba una supuesta «epidemia» de asesinatos de granjeros blancos en Sudáfrica.
Este episodio, que puso en aprietos al mandatario sudafricano, ilustra la creciente preocupación entre los líderes mundiales ante la posibilidad de ser utilizados como peones en el tablero político interno de Estados Unidos.
La imprevisibilidad de Trump, su tendencia a anteponer sus propios intereses y su falta de tacto en el trato con sus homólogos han convertido la Casa Blanca en un campo minado para la diplomacia internacional.
Ya no se trata solo de la presión mediática o de la posibilidad de un desencuentro diplomático. La nueva amenaza reside en la propia naturaleza del espectáculo que Trump ha construido en torno a su figura.
Los líderes extranjeros se ven obligados a calibrar cada gesto, cada palabra, conscientes de que cualquier error será amplificado por la maquinaria mediática y utilizado para alimentar la narrativa del presidente estadounidense.
Ante esta nueva realidad, algunos líderes han optado por mantener las distancias con la Casa Blanca, priorizando otro tipo de encuentros menos expuestos al escrutinio público.
Otros, obligados por las circunstancias o por la importancia estratégica de la relación con Estados Unidos, se ven forzados a jugar en el tablero de Trump, asumiendo los riesgos que ello implica.
En este nuevo escenario, la diplomacia tradicional parece haber quedado relegada a un segundo plano. La improvisación, la espectacularización y la búsqueda constante de la ventaja marcan el ritmo de una nueva era en las relaciones internacionales. Una era en la que la Casa Blanca, antaño símbolo de poder y prestigio, se ha convertido en un escenario donde la línea que separa el honor de la humillación es cada vez más difusa.
Mohamed BAHIA
23/05/2025









