Tras cuatro décadas de conflicto armado, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) ha anunciado oficialmente su disolución y el abandono definitivo de las armas. El anuncio, realizado por la agencia de noticias Firat, vinculada al movimiento kurdo, marca un punto de inflexión en una de las insurgencias más prolongadas y sangrientas de la historia contemporánea de Turquía. Para muchos, se trata de un hito que abre la posibilidad, aunque aún frágil, de un nuevo capítulo de convivencia y reconciliación entre el Estado turco y la minoría kurda.
El comunicado difundido por medios internacionales tras el XII Congreso del PKK establece el cierre formal de su estructura organizativa y el fin de la lucha armada iniciada en 1984. Esta decisión responde directamente al llamado de Abdullah Öcalan, líder histórico del movimiento, encarcelado en la isla-prisión de Imrali desde 1999. En febrero pasado, Öcalan escribió desde su celda: «No hay alternativa a la democracia para construir un sistema político. El consenso democrático es el camino fundamental».
Las palabras del líder, pese a su aislamiento, siguen teniendo un peso considerable dentro de su movimiento. Su exhortación a renunciar a las armas y optar por la vía política fue seguida semanas más tarde por una declaración de alto al fuego unilateral por parte del PKK, preparando el terreno para el anuncio final de su disolución.
Este giro radical no responde únicamente a convicciones ideológicas. El PKK ha enfrentado en los últimos años una presión militar constante por parte de las Fuerzas Armadas turcas, así como un endurecimiento de las condiciones geopolíticas en Siria e Irak, donde el grupo y sus aliados habían hallado zonas de influencia. La intensificación de operaciones transfronterizas por parte de Turquía debilitó significativamente la capacidad operativa del PKK y aceleró la búsqueda de una salida política.
En paralelo, el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, que en el pasado sostuvo breves procesos de diálogo con los kurdos, necesita el apoyo de partidos prokurdos si quiere asegurar una nueva candidatura presidencial en 2028. “Estamos avanzando con pasos firmes hacia una Turquía libre de terrorismo”, declaró recientemente el mandatario, dejando entrever una apertura política cuidadosamente calculada.
En este sentido, la disolución del PKK podría abrir la puerta a un posible indulto o incluso libertad condicional para Öcalan, aunque el gobierno turco aún no ha dado señales concretas en ese sentido. Al mismo tiempo, los sectores políticos kurdos confían en que este gesto desemboque en una nueva era de diálogo, con avances tangibles en derechos culturales, políticos y de representación institucional.
Algunos analistas internacionales como Winthrop Rodgers, analista del think tank británico Chatham House, comentó a la BBC que hay que esperar a ver si esas señales de «buena voluntad» se «traducirán en reformas estructurales que permitan una plena participación kurda en la vida política del país”. Una idea que comparten otros expertos en política internacional dentro y fuera de Turquía.
Cabe recordar que desde 1984, el conflicto entre el PKK y el Estado turco ha dejado más de 40.000 muertos, entre combatientes, civiles y miembros de las fuerzas de seguridad. Las generaciones marcadas por la violencia, especialmente en las provincias del sudeste, han crecido con la guerra como trasfondo cotidiano. La promesa de paz, por tanto, no es solo un imperativo político: es una deuda con la historia y una necesidad humana urgente.
Aún es pronto para saber si la disolución del PKK será suficiente para garantizar una paz duradera. La desconfianza mutua, los ciclos pasados de diálogo fallido y la ambigüedad del gobierno respecto a concesiones concretas siembran dudas. Pero, por primera vez en muchos años, la posibilidad de un nuevo comienzo parece estar presente y aunque la historia no se cierra con un anuncio de desarme, sí es una decisión que reescribirá el camino político y social de este país asiático-europeo.
12/05/2025
María Angélica Carvajal