Mientras las tensiones globales continúan escalando, el presidente estadounidense Donald Trump ha comenzado a esbozar una visión geopolítica que podría alterar profundamente los equilibrios tradicionales de Washington. Sus recientes posturas no solo evidencian un endurecimiento frente a Rusia, sino también una sorprendente disposición a abrir canales de entendimiento con Irán, lo cual ha generado inquietud en uno de sus históricos aliados: Israel.
La búsqueda de un acuerdo de paz entre Rusia y Ucrania parece haber entrado en punto muerto. Así lo sugiere Jacob Heilbrunn, editor jefe de la influyente revista The National Interest, quien destaca un cambio en el tono de Trump hacia Moscú, que se ha vuelto cada vez más hostil a medida que el Kremlin intensifica sus ofensivas sobre Ucrania. Aunque el vicepresidente J.D. Vance declaró recientemente ante líderes del foro de seguridad de Múnich que aún hay espacio para el optimismo, también reconoció que Moscú está exigiendo demasiado.
En ese contexto de parálisis, Trump podría estar recalculando su hoja de ruta diplomática. La rigidez de Moscú, sumada a la frustración por la falta de avances, parece estar empujando al mandatario a reorientar sus prioridades hacia frentes donde sí puede mostrar resultados tangibles. La reciente firma de un acuerdo arancelario con el Reino Unido —país golpeado económicamente tras el Brexit— le permite a Trump presentarse como un negociador eficaz, capaz de reactivar alianzas estratégicas. Él mismo lo calificó como un «acuerdo completo e integral» que, según sus palabras, fortalecerá los vínculos bilaterales durante muchos años.
Pero el mayor giro de su narrativa diplomática se está gestando en Oriente Medio. La pregunta planteada por Heilbrunn resuena con fuerza: ¿qué papel jugará Irán en esta nueva ecuación? En una declaración que no pasó desapercibida, Vance sugirió que las conversaciones con Teherán «van por buen camino», incluso avalando la posibilidad de que Irán mantenga un programa nuclear de carácter civil. Más aún, planteó que Trump tiene la intención de reincorporar a la República Islámica al sistema económico internacional.
Este posible acercamiento representa una ruptura con la línea dura de la política estadounidense tradicional hacia Irán, y podría generar un fuerte malestar entre los sectores más conservadores del establishment en Washington. Pero más allá del Congreso, la verdadera preocupación parece estar en Jerusalén. Un entendimiento entre Washington y Teherán sería una amarga derrota para el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, cuya agenda se ha basado durante años en frenar el avance iraní en la región.
La relación entre Israel y Estados Unidos, aunque sólida, no está exenta de tensiones. Encuestas recientes, como la del Instituto Gallup, revelan una caída sostenida del apoyo popular a Israel dentro de la sociedad estadounidense. Apenas el 46% de los adultos expresó simpatía por el país, el índice más bajo en 25 años. En paralelo, el 33% mostró mayor afinidad con la causa palestina, lo que sugiere un giro en la sensibilidad pública que podría influir en las decisiones políticas futuras.
El analista y columnista Ahmed Charai, en un artículo publicado en el Jerusalem Strategic Tribune, advirtió que Israel no puede seguir dando por sentada la alianza con Estados Unidos. Aunque el respaldo institucional se mantiene firme, las dinámicas internas del país norteamericano —acentuadas por un nacionalismo pragmático— están cambiando. Trump, a diferencia de su sucesor Joe Biden, no comparte un vínculo emocional con Israel. Su aproximación está guiada por intereses, no por lealtades históricas.
Charai remarca que las autoridades israelíes deben tomar nota de esta transformación. Mientras Estados Unidos se enfoca en su agenda interna, le corresponde a Israel articular su mensaje de forma más estratégica si quiere conservar su influencia en Washington. En la era de «América primero», los aliados no son eternos, y las alianzas tampoco están garantizadas.
Abdelhalim ELAMRAOUI
09/05/2025









