Moscú y Pekín han vuelto a dar una señal inequívoca al mundo: su alianza va más allá de lo coyuntural. En un momento de fractura del sistema internacional y recrudecimiento de tensiones globales, Vladimir Putin y Xi Jinping han escenificado en Moscú una amistad sin fisuras que desafía abiertamente el liderazgo de Estados Unidos y el orden liberal surgido tras la Guerra Fría. No se trata solo de gestos diplomáticos; el mensaje es político, geoestratégico y profundamente simbólico hacia el mismo actor: Estados Unidos.
La retórica del “nuevo orden multipolar” no es simplemente una reacción a sanciones o aranceles, sino la expresión política de un proceso de largo recorrido en el que Rusia y China han aprendido a reconocerse no solo como socios, sino como aliados necesarios en un mundo que consideran moldeado a su desventaja.
El giro clave se produjo en los años 2000, cuando Rusia, bajo la presidencia de Putin, empezó a ver en China no una amenaza, sino un contrapeso útil frente a la expansión de la OTAN y la influencia de Washington en Europa del Este. Por su parte, China encontró en Rusia un proveedor fiable de energía y tecnología militar, así como un aliado diplomático en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde ambos países ejercen su derecho a veto con frecuencia en tándem.
Economía y energía
En la actualidad, China es el principal socio comercial de Rusia, y Rusia es el principal proveedor de energía de China. Tras la imposición de sanciones occidentales por la invasión de Ucrania, Moscú ha redirigido buena parte de su comercio hacia Asia, y especialmente hacia Pekín. La venta de petróleo y gas ruso a China ha crecido de manera sostenida, con proyectos como el gasoducto Power of Siberia consolidando una infraestructura energética que apunta al largo plazo.
El comercio bilateral superó los 240.000 millones de dólares en 2023, y se espera que aumente significativamente con la expansión de acuerdos industriales, tecnológicos y agrícolas. A ello se suma el plan conjunto de cooperación económica hasta 2030, una hoja de ruta que abarca desde energías renovables hasta inteligencia artificial y transporte terrestre eurasiático.
Seguridad y defensa
Aunque no han formado una alianza militar tradicional, Rusia y China realizan regularmente ejercicios conjuntos, patrullajes navales coordinados y simulacros aéreos que buscan enviar un mensaje a sus rivales geopolíticos. La cooperación se da sobre todo en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde ambos países promueven una visión regional basada en la soberanía estatal, el rechazo a la injerencia y el combate al “extremismo” bajo sus propios términos.
El país asiático ha sido cautelosa en evitar un apoyo militar directo a la guerra rusa en Ucrania, pero ha proporcionado componentes tecnológicos, colaboración logística y cobertura diplomática en foros internacionales. Para Rusia, esa contención es aceptable mientras garantice legitimidad y resistencia al aislamiento. Para China, supone un equilibrio entre el pragmatismo económico y la necesidad de no enredarse en un conflicto que aún evalúa con cautela.
Una visión geopolítica compartida
Los encuentros entre Xi y Putin no son meras formalidades: son eventos simbólicos cargados de intención política. Desde que Xi asumió la presidencia en 2013, se ha reunido con Putin más de 40 veces. Sus declaraciones conjuntas insisten en la necesidad de superar la hegemonía unipolar, reformar las instituciones globales y establecer “nuevas normas internacionales más justas”.
Ambos países comparten un diagnóstico: el sistema internacional ha sido instrumentalizado por Occidente para preservar sus intereses a expensas del resto. Su propuesta alternativa no está exenta de ambigüedades, sea una búsqueda genuina de equilibrio multipolar o un simple juego de poder, lo que es real es que su influencia se hace sentir en regiones clave como Asia Central, África y América Latina, donde promueven modelos de gobernanza alejados del liberalismo occidental.
“Amigos de acero”, los calificó Xi es su actual visita a Rusia y el comunicado oficial del gobierno chino lo confirma. Más cooperación militar, más alineación en política exterior y más firmeza frente a “interferencias externas”. Para Putin, la visita es resulta una bocanada de oxígeno político y diplomático; para Xi, una señal al mundo de que China no se deja intimidar.
Un futuro descentralizado
Aunque sin mencionar explícitamente a Estados Unidos, cada acción y línea discursiva de los dos mandatario remite a el país nortamericano. AUKUS, la alianza entre EE.UU., Reino Unido y Australia, es calificada de “provocadora”. Los aranceles estadounidenses, tachados de “injustificados” y “discriminatorios”. La narrativa compartida se construye sobre la idea de una hegemonía decadente que debe ser confrontada, no contenida.
Mientras tanto, Occidente observa con cautela esta alianza no declarada que combina músculo militar, poder económico, diplomacia activa y narrativa política. Desde Bruselas, la Unión Europea lanza advertencias. China, dicen, es “facilitadora” de la guerra rusa. Pekín lo niega y se presenta como actor neutral con deseos de detener la guerra.
En Washington, el doble frente preocupa y representa un reto existencial a su influencia global.
Sin embargo, este fortalecimiento de lazos, debería verse más allá de las cifras de comercio o los acuerdos firmados, ya que representa: un cambio de paradigma. Rusia y China no solo quieren resistir a Estados Unidos; desean construir una alternativa. Un mundo multipolar donde las “reglas” no sean impuestas por Washington, sino negociadas entre iguales. Esa es, quizás, su mayor apuesta.
Ya no se trata solo de evitar una nueva Guerra Fría, sino de reconocer que el mundo ha entrado en una fase de transición incierta, donde la relación entre China y Rusia es uno de los ejes centrales del reordenamiento global y Putin y Jinping estan enviando un mensaje claro: el siglo XXI no tendrá un único centro de poder, y Estados Unidos ya no estará solo.
09/05/2025
María Angélica Carvajal