Israel ha intensificado su política de agresiones unilaterales en Oriente Próximo con un bombardeo lanzado este viernes 2 de mayo sobre los alrededores del palacio presidencial sirio, en Damasco. La operación, ejecutada de madrugada, ha sido denunciada por las autoridades sirias como una “peligrosa escalada” y una “agresión directa contra las instituciones del Estado y su soberanía”.
El ataque se produce en un momento de alta tensión interna en Siria, donde recientes enfrentamientos sectarios han dejado más de un centenar de muertos, la mayoría pertenecientes a la comunidad drusa. Lejos de buscar una salida diplomática, Israel ha optado por intervenir militarmente en territorio sirio, rompiendo de nuevo con los principios fundamentales del derecho internacional.
Tel Aviv actúa como potencia ocupante
“El régimen de ocupación israelí ha bombardeado deliberadamente una zona sensible del Estado sirio”, señaló la presidencia en un comunicado que condena con firmeza la ofensiva, percibida como una intromisión inadmisible en los asuntos internos de un país soberano. Este tipo de ataques, cada vez más frecuentes, refuerzan el papel de Israel como actor desestabilizador en la región y como potencia que actúa fuera de todo marco legal internacional.
El pretexto esgrimido por las autoridades israelíes —la protección de la comunidad drusa— ha sido utilizado para justificar una acción que en realidad responde a intereses estratégicos, más que humanitarios. El propio primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declaró que el ataque constituye un “mensaje claro al régimen sirio”, subrayando así la intencionalidad política de la operación.
Una comunidad atrapada entre dos fuegos
La situación de la comunidad drusa en el sur de Siria es crítica. Tras el estallido de violencia confesional esta semana, el jeque Hikmat al-Hajrin denunció lo calificó una “campaña genocida” contra civiles drusos, y pidió la intervención urgente de fuerzas internacionales. Sin embargo, lejos de canalizar estos reclamos por la vía diplomática, Israel ha optado por intervenir militarmente, comprometiendo aún más la seguridad de los civiles.
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, al menos 73 personas han muerto en enfrentamientos intercomunitarios entre drusos y milicias afines al nuevo poder establecido en Damasco tras la caída de Bashar al Asad.
Una estrategia de poder regional disfrazada de solidaridad
El bombardeo israelí no puede desligarse de las ambiciones regionales del Estado hebreo, que desde hace años aprovecha la inestabilidad de Siria para intervenir sin mayores consecuencias. El ataque contra las inmediaciones del palacio presidencial no solo constituye una violación de la soberanía siria, sino que también sienta un grave precedente para el futuro del equilibrio regional.
Desde Naciones Unidas, se ha pedido moderación a todas las partes, mientras que la diplomacia estadounidense ha criticado las “retóricas incendiarias” contra los drusos. No obstante, el silencio internacional ante las violaciones recurrentes de Israel sobre territorio sirio sigue siendo una constante que debilita la arquitectura jurídica internacional.
Más allá de la retórica de defensa comunitaria, la intervención israelí aparece como un movimiento de fuerza destinado a erosionar aún más el frágil nuevo gobierno sirio de Ahmed al-Charaa. En este escenario, el principio de no intervención y la defensa de la soberanía de los Estados vuelve a quedar en entredicho, con consecuencias imprevisibles para la paz en Oriente Próximo.
Abdelhalim ELAMRAOUI
02/05/2025









