El primero de mayo no es solo una fecha en el calendario. Es un grito que atraviesa el tiempo, un eco de voces ahogadas en la represión pero nunca silenciadas. Es el día en que la clase trabajadora, dispersa en fábricas, campos y oficinas, levanta la cabeza para recordar que los derechos no son dádivas, sino conquistas arrancadas con sudor, huelgas y, a veces, sangre.
Todo comenzó en Chicago, en 1886, cuando el humo de las fábricas se mezcló con el de las barricadas. Los obreros, agotados por jornadas de doce, catorce, incluso dieciocho horas, exigían lo que en aquel momento parecía imposible: ocho horas de trabajo, ocho de descanso, ocho para vivir. La huelga estalló como un incendio. Doscientos mil trabajadores paralizaron Estados Unidos. Pero en Chicago, la represión fue brutal. La policía disparó contra una multitud desarmada. Hubo muertos, heridos, rabia.
Y entonces, en la plaza Haymarket, una bomba estalló en la oscuridad. Nadie supo quién la lanzó, pero la culpa cayó sobre los anarquistas, los sindicalistas, los extranjeros indeseables. Ocho hombres fueron juzgados en una farsa judicial. Cinco condenados a la horca. Uno, Louis Lingg, prefirió estallar una cápsula de dinamita entre los dientes antes que darles el gusto. Los otros, Spies, Fischer, Engel, Parsons, caminaron con la cabeza alta. «La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro», gritó Spies antes de que la trampa se abriera bajo sus pies.
Tres años después, en 1889, la Segunda Internacional declaró el Primero de Mayo como el Día Internacional de los Trabajadores, en su memoria. Hoy, 136 años después, el primero de mayo sigue ardiendo. En cada país, bajo cada gobierno, la lucha se reinventa. En Europa, las calles se llenan de sindicalistas que exigen salarios dignos frente a la inflación. En América Latina, los trabajadores informales reclaman protección; en África y Asia, denuncian la explotación en las maquilas de las multinacionales, mejores condiciones y en general todos, se manifiestan contra las injusticias en los distintos sitios de trabajo.
En Estados Unidos y Canadá, donde el Día del Trabajo, es en septiembre se ha intentado borrar la memoria de Haymarket, aunque sus origines tienen causas similares. A finales del siglo XIX, muchos trabajadores estadounidenses tenían que soportar jornadas de trabajo de más de 12 horas, a menudo con salarios bajos y entornos inseguros. De esta forma, el presidente de la época, Grover Cleveland, instauró en 1882 el Día del Trabajo o Labor Day como un festivo nacional, celebrado por primera vez el 5 de septiembre de 1882 en la ciudad de Nueva York con una marcha de más de 10,000 trabajadores, un concierto y pícnic familiar y desde entonces, se ha convertido en otro día festivo en el que las familias disfrutan de desfiles, parrilladas, partidos de béisbol o un día de playa. Es un fin de semana largo que de alguna manera sirve para marcar el final del verano.
Entre tanto, otra polémica fue la reacción de la Iglesia Católica, que temerosa de la fuerza revolucionaria de la fecha, intentó domesticarla. En 1955, Pío XII declaró el 1 de mayo como día de San José Obrero. Los dictadores la prohibieron; Franco en España, Pinochet en Chile, los regímenes militares en Argentina y Brasil la convirtieron en un fantasma. Pero la memoria es tercoz. Cuando cayeron las dictaduras, la fecha volvió, con más fuerza.
Un Día que no Termina
Sin embargo, el 1ero de mayo no es un museo. Es un espejo. En él se reflejan las deudas pendientes: el trabajo precario, la brecha salarial, los migrantes explotados, los robots que reemplazan manos humanas sin garantizar derechos. Pero también es un faro. Porque cada avance logrado en la historia, las ocho horas, el seguro social, las licencias por maternidad, nació de una lucha como la de Chicago.
Los mártires no murieron para que hoy les llevemos flores. Murieron para que supiéramos que, cuando el sistema aprieta, la respuesta está en la unidad y con la frente en alto. Por eso, mientras exista injusticia, el primero de mayo seguirá siendo mucho más que un día festivo. Será, como en 1886, un día de combate social; y de alcanzarse la plenitud de derechos laborales, pasará entonces a ser una fecha que reivindiqué lo logrado en las calles.
1/05/2025
María Angélica Carvajal









