En el campo minado de la diplomacia bilateral, donde un impuesto sobre una caseta de vigilancia puede detonar una crisis, el último capítulo entre Argelia y Francia desnuda una dinámica de tensiones acumuladas, gestualidades simbólicas y una reciprocidad que, lejos de equilibrar la balanza, evidencia asimetrías estructurales. La amenaza argelina de reducir en un 85% la superficie de la embajada francesa en Argel —respuesta a lo que califica como “medidas pueriles” contra su sede diplomática en París— no es solo un acto de retaliación: es un síntoma de una relación poscolonial cargada de resentimientos, desequilibrios y una búsqueda de soberanía que choca con los legados del pasado.
El peso de lo simbólico: De estacionamientos a hectáreas
El detonante parece trivial: la municipalidad de Neuilly-sur-Seine, en París, retiró espacios de estacionamiento de la residencia del embajador argelino e impuso una tasa anual de 11.700 euros por una caseta de vigilancia de dos metros cuadrados. Francia lo presenta como un mero ajuste administrativo; Argelia lo interpreta como un acto de hostilidad. La respuesta no se hizo esperar: proponen reducir de 14 a 2 hectáreas la embajada francesa en Argel y de 4 a 1 hectárea la residencia de su embajador.
Pero más allá del gesto, subyace un cálculo estratégico. La embajada francesa en el exclusivo barrio de Hydra, donde los precios inmobiliarios rivalizan con los de París, ocupa un terreno de 140.000 m², arrendado por una suma simbólica inalterada desde 1962. Un privilegio que, según la agencia estatal argelina APS, “ni siquiera cubre el costo de una habitación de servicio en París”. Aquí, Argelia apunta a un núcleo sensible: la persistencia de acuerdos heredados de la era colonial, donde Francia mantiene ventajas que hoy se perciben como anacrónicas y humillantes.
Reciprocidad desigual: Cuando los tratados reflejan una relación torcida
El discurso argelino se apoya en el principio de “trato recíproco”, pero la realidad desmiente cualquier simetría. Los acuerdos bilaterales —como el de 1968, que regula la migración argelina a Francia, o el de 1994, que facilita la inversión francesa en Argelia— han operado históricamente como herramientas de influencia gala. Mientras empresas francesas disfrutan de condiciones privilegiadas en sectores estratégicos argelinos (energía, infraestructuras), las compañías argelinas en Francia enfrentan barreras que limitan su competitividad. Incluso la mano de obra argelina, esencial para la reconstrucción francesa postcolonial, carece de contrapartidas claras en términos de beneficios mutuos.
Este desbalance no es casual: es el resultado de una relación donde Francia, aun reconociendo formalmente la independencia argelina en 1962, ha perpetuado mecanismos de dependencia económica y política. Argelia, por su parte, ha oscilado entre la confrontación retórica y la pragmática aceptación de estos términos, hasta que episodios como el reciente arresto de un funcionario consular argelino en París —acusado de vínculos con un activista— reavivan la llama del nacionalismo herido.
La diplomacia como campo de batalla: Gestos, expulsiones y el riesgo de la espiral
La expulsión de 12 funcionarios consulares franceses por parte de Argelia —y la réplica parisina— confirman que ambos países han entrado en una espiral de medidas reactivas. Pero reducir el conflicto a un intercambio de expulsiones o ajustes inmobiliarios sería ignorar su trasfondo: se trata de una pugna por redefinir los términos de una relación que nunca ha logrado sanar las heridas de la colonización.
No obstante, hay que preguntarse si la estrategia argelina —centrada en escalar medidas simbólicas— es efectiva o contraproducente. Al apelar a la reciprocidad, Argelia busca exhibir a Francia como un actor que no practica lo que predica. Pero al hacerlo, corre el riesgo de ahondar la fractura en un momento en que Europa busca diversificar sus fuentes energéticas y Argelia aspira a posicionarse como socio clave. ¿Puede permitirse Argelia alienar a Francia, su segundo socio comercial, en un contexto de crisis económica interna marcada por la caída de los ingresos petroleros?
El dilema argelino: Soberanía vs. Pragmatismo
El gobierno de Abdelmadjid Tebboune ha convertido la “soberanía nacional” en un eje central de su narrativa, tanto frente a Francia como en su política doméstica. Sin embargo, esta postura choca con realidades incómodas: la economía argelina sigue atada a la exportación de hidrocarburos a Europa, su sistema financiero depende del euro, y una parte significativa de su élite educada y clase media mantiene vínculos culturales y familiares con Francia.
La crítica, aquí, no radica en la legitimidad de las demandas argelinas —plenamente justificadas en términos de equidad—, sino en la coherencia de un enfoque que combina la retórica antiimperialista con la dependencia estructural. Reducir la embajada francesa puede satisfacer al público doméstico, pero no aborda los desafíos de fondo: diversificar la economía, reformar un sistema político rígido y renegociar los acuerdos bilaterales desde una posición de fortaleza, no de reacción emocional.
¿Diplomacia de gestos o de contenidos?
La historia entre Argelia y Francia es una de las más complejas del Mediterráneo: 132 años de colonización, una guerra de independencia sangrienta y seis décadas de una paz incómoda. En este contexto, cada crisis diplomática es un recordatorio de que el pasado nunca está del todo enterrado.
Argelia tiene derecho a exigir reciprocidad, pero la verdadera soberanía no se mide en hectáreas de embajadas sino en la capacidad de construir relaciones basadas en el respeto mutuo y la interdependencia equilibrada. Mientras tanto, el riesgo persiste: que esta escalada de gestos simbólicos oscurezca los problemas reales y convierta el diálogo en un monólogo de sorderas compartidas.
En última instancia, la pregunta no es si Francia cederá en el tema inmobiliario, sino si ambas naciones encontrarán el coraje para reescribir, de una vez por todas, un contrato bilateral que trascienda los fantasmas del colonialismo y las retaliaciones estériles. La elegancia de la diplomacia, al fin y al cabo, reside no en la magnitud de la réplica, sino en la sabiduría para evitar que el rencor dicte la agenda.
Mohamed BAHIA
01/05/2025









