La mayor economía del planeta arrancó el año con el pie izquierdo: una caída inesperada del 0,3% en su producto interior bruto (PIB) durante el primer trimestre dejó helados a los mercados y puso en evidencia la fragilidad de la transición hacia la nueva estrategia comercial de la administración Trump. El retroceso, que contrasta con el crecimiento del 2,4% registrado al cierre de 2024, encendió alertas sobre el rumbo económico de Estados Unidos bajo el segundo mandato del presidente convertido en actual mandatario.
Aunque los analistas habían previsto una modesta expansión del 0,4%, según Briefing, la economía se contrajo arrastrada por un cóctel de factores: un repunte acelerado de importaciones —previo a la entrada en vigor de los aranceles anunciados por la Casa Blanca—, una desaceleración del gasto de los consumidores y una reducción del gasto público. El Departamento de Comercio fue claro en su diagnóstico: el golpe vino por varios frentes y refleja los efectos iniciales de un nuevo ciclo de proteccionismo económico.
En respuesta, el presidente Donald Trump se defendió con vehemencia y sin sorpresa: responsabilizó a su antecesor, Joe Biden, por el mal dato y pidió «paciencia» a los estadounidenses. “Esto no tiene nada que ver con los aranceles”, insistió Trump en su red Truth Social. “Nos dejó con malos números. Pero cuando empiece el auge, será como ningún otro”.
Lo cierto es que su retorno al poder no ha pasado desapercibido en el terreno económico. En apenas tres meses, la administración Trump ha desatado una ofensiva arancelaria a gran escala. En marzo, impuso fuertes gravámenes a importaciones clave provenientes de sus principales socios comerciales. El impacto fue inmediato: volatilidad en los mercados comparable a la era del COVID-19 y un nerviosismo palpable entre los inversores globales.
Las consecuencias también se sintieron en el ámbito geopolítico. China respondió con nuevos aranceles del 125% sobre bienes estadounidenses, intensificando una guerra comercial que amenaza con trastocar el equilibrio económico mundial. En paralelo, Trump implementó medidas específicas contra sectores estratégicos como el acero, el aluminio y la industria automotriz, con aranceles que alcanzan el 145% para productos chinos.
En medio de esta tormenta, la profesora de economía Tara Sinclair, de la Universidad George Washington, ofrecía una evaluación premonitoria: “Generalmente, la política gubernamental no cambia tanto en los primeros 100 días de una presidencia. Pero esta vez es diferente. Está bastante claro que fueron los dramáticos cambios de política los que debilitaron de manera directa la economía”.
Las palabras de Sinclair resumen el sentir de muchos analistas que, ante los cambios bruscos de rumbo, han comenzado a recortar sus expectativas de crecimiento para 2025. Si bien el PIB estadounidense creció un robusto 2,8% en 2024, ahora se espera que la expansión se modere o incluso se estanque.
Trump, sin embargo, se mantiene firme. Tras el desplome bursátil de abril, anunció una pausa de 90 días en los aranceles para varios países, abriendo la puerta a renegociaciones bilaterales. Pero las bases de su enfoque económico no han cambiado: apuesta por una repatriación industrial acelerada y una reducción del déficit comercial a través de barreras arancelarias sin precedentes.
El mensaje es claro: Trump no busca una economía globalizada, sino una reconfiguración del orden económico centrado en el poder manufacturero de Estados Unidos. El problema es el costo de esa transición. Mientras las cifras del primer trimestre siembran dudas y los mercados tiemblan, el presidente pide fe. Pero la paciencia —como el crecimiento— también tiene límites.
¿Podrá el “auge” que promete compensar la turbulencia actual? La economía real, por ahora, está esperando pruebas más contundentes.
30/04/2025









