El presidente ruso, Vladímir Putin, volvió a apelar a la historia como marco simbólico para proyectar su visión del futuro. Desde Volgogrado, la antigua Stalingrado, epicentro de una de las batallas más cruentas de la historia, el líder del Kremlin propuso la creación de un “nuevo orden mundial más justo”, sustentado en la multipolaridad y el respeto a los intereses de cada nación. Sin embargo, las palabras de paz y equilibrio pronunciadas desde un foro sobre patrimonio común se ven rápidamente ensombrecidas por la realidad de una guerra que se prolonga en Ucrania desde hace más de dos años.
Este aparente contraste, o contradicción, entre el discurso y los hechos revela no solo una estrategia retórica cuidadosamente calculada, sino también la dificultad de reconciliar los grandes relatos geopolíticos con la lógica cruda de la guerra. La guerra no ha cesado, y la intervención militar rusa en territorio ucraniano ha provocado no solo miles de muertos y desplazados, sino también un aislamiento creciente de Moscú en el ámbito internacional.
La retórica de un mundo justo
En su intervención, Putin hizo un llamado a construir una arquitectura de seguridad “igualitaria e indivisible”, donde todos los estados estén protegidos sin que se vulneren los intereses de nadie. También criticó, sin aludir directamente a Estados Unidos u otras potencias occidentales, a aquellos países que pretenden imponer su voluntad “en base a su exclusividad”. El mensaje, sin nombres, estaba claro: un cuestionamiento al unilateralismo estadounidense y al orden liberal internacional dominado por Occidente desde la Guerra Fría.
Esta retórica no es nueva. Ya en octubre de 2024, en una declaración televisiva dirigida a la nación, Putin aseguró que el mundo estaba atravesando una época de “cambios fundamentales” y que el surgimiento de un nuevo orden internacional era “un proceso natural e irreversible”. El líder ruso enmarcó estos cambios en una narrativa de amenazas globales, fracturas civilizacionales y conflictos interétnicos, presentando a Rusia como un actor estabilizador, casi mesiánico, frente al caos de un mundo en transformación.
Sin embargo, mientras el Kremlin invoca la justicia, el respeto mutuo y el multipolarismo, el conflicto en Ucrania no solo continúa, sino que se intensifica en determinadas regiones. La propuesta más reciente de Putin, una tregua de tres días en mayo con motivo del Día de la Victoria, fue rápidamente desestimada por la Unión Europea, que recordó que “Rusia puede detener la guerra hoy mismo, sin necesidad de esperar” a una fecha festiva. Mismo pensamiento que expresó el líder ucraniano que insiste en exponer al mundo que la intenciones de tregua desde Rusia no son sinceras.
Estados Unidos: frustración y agotamiento
En paralelo a este juego discursivo, Estados Unidos también mostró su cansancio. En una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, el representante estadounidense John Kelley pidió tanto a Rusia como a Ucrania aceptar una “propuesta marco” de paz, recordando que el presidente Donald Trump, en su rol de mediador, ha instado a Moscú a detener los ataques. La respuesta rusa ha sido ambigua, mientras que Ucrania asegura haber aceptado un alto el fuego incondicional desde hace más de un mes.
Lo que se percibe es una pérdida de ímpetu en la mediación estadounidense. Trump, que había prometido un papel central en la resolución del conflicto en sus primeros 100 días de gobierno, se enfrenta ahora a la frustración de no haber conseguido avances significativos. La falta de resultados ha alimentado especulaciones sobre un eventual repliegue diplomático de Washington respecto al conflicto ucraniano, lo cual dejaría el terreno aún más abonado para que Moscú fortalezca su narrativa internacional. Aunque no se debe olvidar que la mediación tiene un precio, y las demandas estadounidenses a Ucrania y Rusia no han sido del todo bien recibidas por ninguna de las partes, mucho menos aceptadas en su totalidad.
La memoria como herramienta política
Pero el discurso de Putin está cargado de simbolismos, no sólo en las palabras escogidas e hiladas, sino tambien en el escenario elegido para su mensaje. El gobierno ruso y la gobernanza de Putin nunca ha dejado nada al azar. Volgogrado, antiguo campo de batalla, es símbolo del sacrificio soviético contra el nazismo y, por tanto, un lugar ideal para enraizar el discurso en una legitimidad histórica que une al pasado con el presente. En este sentido, la propuesta de crear una comisión para preservar la memoria de la victoria soviética sobre la Alemania nazi no es solo un gesto cultural, sino una herramienta para reforzar una identidad nacional ligada a la resistencia, la lucha y el deber histórico.
Esa instrumentalización del pasado encaja con la acusación implícita de Putin contra el «renacimiento del nazismo» y la «rusofobia». Son conceptos recurrentes en su narrativa de legitimación de la guerra en Ucrania, donde ha presentado la intervención militar como una operación de “desnazificación”, pese al rechazo generalizado de la comunidad internacional.
Una agenda detrás del orden
El dilema que plantea el discurso sobre un “nuevo orden mundial justo” no es únicamente su contradicción con los hechos, la guerra, las sanciones, la represión interna en Rusia, sino su falta de consenso global. Cada potencia que habla de un nuevo orden, lo hace desde su propia perspectiva y con su propia agenda. Rusia busca una arquitectura multipolar que le permita contrarrestar la hegemonía occidental. Estados Unidos, por su parte, invoca la paz pero lo hace bajo un modelo liberal que sigue priorizando su influencia global. Y China, actor silencioso en esta coyuntura, también observa desde su propio enfoque estratégico, basado en la expansión económica y el control narrativo.
Putin apela a un nuevo orden sin exclusividades, pero lo hace excluyendo las demandas legítimas de países como Ucrania. Invoca una seguridad compartida, mientras justifica una intervención militar. Llama a evitar el renacimiento del nazismo, pero reprime la disidencia interna con métodos autoritarios. Todo esto muestra cómo los discursos políticos, por más envolventes que sean, solo adquieren valor cuando se corresponden con políticas reales y verificables.
En este contexto, el discurso de Putin sobre un nuevo orden mundial más justo podría tener resonancia en ciertos sectores del Sur Global, donde hay creciente cansancio frente al dominio occidental. Sin embargo, mientras la guerra en Ucrania continúe y las acciones del Kremlin contradigan sus palabras, difícilmente podrá Moscú liderar un nuevo paradigma global. Hay que tomar en cuenta que los líderes evocan transformaciones globales, pero siguen operando con lógicas de poder tradicionales. El verdadero cambio solo será posible cuando las palabras dejen de ser escudos simbólicos y se conviertan en compromisos tangibles con la paz, la justicia y la legalidad internacional; una realidad que se mantiene entre signos de pregunta.
30/04/2025
María Angélica Carvajal









