Desde su regreso a la Casa Blanca en enero de 2025, la política exterior de Donald Trump ha desencadenado un terremoto geopolítico cuyas réplicas resuenan en cada rincón del mundo. Retirada de tratados, desdén por el multilateralismo, guerras comerciales agresivas y un asalto sistemático a instituciones que durante décadas sostuvieron el liderazgo global estadounidense.
En apenas cien días, su administración ha acelerado la erosión de lo que Joseph Nye definió como soft power: esa capacidad de seducir, influir y cohesionar a través de valores compartidos, cultura y cooperación. Pero en el manual de Trump, la diplomacia se reduce a una transacción mercantil, donde la fuerza bruta reemplaza al diálogo, y el aislacionismo se viste de soberanía.
Unilateralismo ante la seducción: La antítesis del soft power
El concepto de soft power siempre chocó con la cosmovisión de Trump. Para él, la influencia no se construye con universidades de élite, intercambios culturales o alianzas basadas en confianza, sino con aranceles, amenazas y una retórica de confrontación. Mientras Ronald Reagan entendió en los ochenta que vender el «sueño americano» requería inversión en medios globales, diplomacia pública y programas como Fulbright —que desde 1946 formaron a generaciones de líderes extranjeros—, Trump desmantela metódicamente estos pilares.
Su obsesión por el hard power se traduce en gestos simbólicos y concretos: el congelamiento de fondos a la USAID —agencia clave en ayuda humanitaria y prevención de conflictos—, el acoso a medios internacionales como la Voz de América, y la privatización de sectores estratégicos, delegados a figuras como Elon Musk, cuyo enfoque de la libertad de expresión parece más cercano al caos algorítmico que al periodismo riguroso. El resultado, como señalan analistas, es una América que repele en lugar de atraer. Países aliados dudan de su compromiso —el artículo 5 de la OTAN parece ahora papel mojado—, mientras rivales como China observan con ironía cómo Washington renuncia a su propio juego.
El desmantelamiento interno: Ciencia, educación y el fin de la excepcionalidad
El declive no se limita a la esfera internacional. En casa, Trump libra una guerra contra las instituciones que históricamente proyectaron excelencia: universidades como Harvard o Columbia enfrentan recortes brutales, ahogando la investigación científica y provocando una fuga de cerebros. Programas de vacunación y respuesta a pandemias son desfinanciados, mientras el secretario de Estado, Marco Rubio, desarticula agencias dedicadas a combatir la desinformación —paradoja en una era de guerras híbridas—.
Este autosabotaje tiene un costo estratégico. Si antes las universidades estadounidenses eran faros para talento global, hoy países como Canadá o Alemania recogen frutos de esta diáspora intelectual. La reputación de Estados Unidos como bastión de innovación se resquebraja, justo cuando China invierte billones en inteligencia artificial y energía limpia.
Guerras comerciales y el espejismo de la grandeza
La obsesión trumpista por las tarifas punitivas —145% sobre productos chinos— ilustra su miopía. Lejos de «proteger» al consumidor, estas medidas inflan precios, fracturan cadenas de suministro y alienan a socios. Mientras Trump glorifica la confrontación, Pekín practica la paciencia estratégica: su soft power puede ser limitado, pero ¿qué necesidad tiene de competir cuando Washington se hunde solo?
El enfoque económico de Trump, guiado por asesores que académicos tildan de «teóricos fumables», convierte herramientas de prosperidad —comercio, inversión— en armas de doble filo. El resultado es un aislamiento creciente, donde hasta Europa, tradicional aliada, mira con desconfianza.
¿Un nuevo orden o el ocaso de una era?
El movimiento MAGA prometió devolver la grandeza a Estados Unidos, pero su legado podría ser el opuesto: un país fracturado, que cambia seducción por coerción, y liderazgo por aislamiento. El debilitamiento de organismos multilaterales como la ONU o la OMS deja un vacío que potencias autoritarias están ansiosas por llenar. Mientras Trump cultiva alianzas con regímenes como la Hungría de Orbán, el «mundo libre» se enfrenta a una encrucijada: ¿cómo contrarrestar el ascenso de un autoritarismo globalizado sin el faro estadounidense?
La ironía es histórica. Estados Unidos, arquitecto del orden liberal de posguerra, hoy dinamita sus cimientos. El soft power no se reconstruye con tuits ni aranceles, sino con consistencia, credibilidad y una visión que trascienda el próximo ciclo electoral. Mientras Trump celebra victorias efímeras, el verdadero poder —aquel que se ejerce sin hacer ruido— sigue migrando hacia horizontes más sutiles. El tiempo dirá si este experimento populista será recordado como un paréntesis o como el principio de un nuevo mapa mundial, donde la fuerza, al final, revele su fragilidad.
Abdelhalim ELAMRAOUI
30/04/2025









