En un contexto geopolítico marcado por la necesidad de diversificación energética y reducción de la dependencia europea del gas ruso, el megaproyecto del gasoducto Marruecos-Nigeria ha comenzado a atraer una atención internacional creciente. Durante las recientes reuniones de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Grupo del Banco Mundial, celebradas del 21 al 26 de abril en Washington, el ministro nigeriano de Finanzas y coordinador de la economía, Wale Edun, reveló que Estados Unidos ha manifestado un interés concreto en participar en esta ambiciosa infraestructura energética que atraviesa África occidental por el litoral atlántico.
Según comunicó Edun a través de medios nigerianos, este interés fue confirmado en una reunión de alto nivel con representantes del Departamento de Estado estadounidense, donde también estuvo presente el gobernador del Banco Central de Nigeria, Olayemi Cardoso. El objetivo explícito de estas conversaciones fue explorar vías de apoyo a la inversión en el sector gasístico de Nigeria, con énfasis particular en el llamado Gasoducto Africano-Atlántico.
Este proyecto, concebido en 2016 bajo el impulso del Rey Mohammed VI y del entonces presidente nigeriano Muhammadu Buhari, emerge como una alternativa geoestratégica al gasoducto transahariano Nigeria-Níger-Argelia, obstaculizado por la inestabilidad en el Sahel y las fricciones diplomáticas entre Argel y Niamey. A diferencia de este último, la opción atlántica ha sabido sortear los riesgos de seguridad y avanza hacia una etapa crítica de movilización financiera, con el respaldo progresivo de actores multilaterales y privados.
Una señal clara de este impulso ocurrió ya en marzo, cuando la directora general de la Oficina Nacional de Hidrocarburos y Minas de Marruecos (ONHYM), Amina Benkhadra, declaró en un foro del Atlantic Council en Washington que la “decisión final de inversión avanza”, y se prevé una puesta en marcha progresiva del gasoducto a partir de 2029. Benkhadra insistió en la necesidad de establecer alianzas estratégicas con grandes operadores energéticos internacionales, especialmente estadounidenses, para asegurar tanto la viabilidad técnica como la sostenibilidad económica del proyecto.
Por su parte, la ministra marroquí de Transición Energética y Desarrollo Sostenible, Leila Benali, confirmó ante el Parlamento marroquí que las obras correspondientes a la primera fase —que conectará Senegal, Mauritania y Marruecos— progresan satisfactoriamente. Las fases preliminares, que incluyen estudios de factibilidad, ingeniería y evaluación de impactos socioambientales, ya han sido completadas o están en curso.
En paralelo, Marruecos ha lanzado un llamado a manifestación de interés para extender su red nacional de gas hasta Dajla, lo que consolidaría esta ciudad como punto clave de enlace con el gasoducto transafricano.
Con una extensión superior a los 6.800 kilómetros y una capacidad estimada de transporte de 30.000 millones de metros cúbicos de gas al año, esta infraestructura representa una inversión de 25.000 millones de dólares. Más allá de su impacto económico, el gasoducto tiene el potencial de transformar la matriz energética del continente africano, fortaleciendo su seguridad energética y posicionando la región atlántica como un hub gasístico de escala mundial
La implicación estadounidense, en este contexto, no solo apunta a objetivos energéticos, sino también geopolíticos: consolidar su influencia en África occidental frente a actores rivales como China y Rusia, y asegurar un acceso diversificado a nuevas fuentes de gas natural en el marco de una transición energética global cada vez más urgente.
29/04/2025









