En el desierto del Sáhara, donde la arena parece arrastrar consigo las huellas de medio siglo de conflicto, una pregunta resuena con urgencia: ¿qué futuro le queda al Frente Polisario? La organización, nacida en 1973, enfrenta hoy su momento más crítico. La comunidad internacional, cansada de un conflicto estancado, observa cómo la balanza geopolítica se inclina hacia Rabat, mientras el reloj de la historia parece acelerarse.
La autonomía marroquí: ¿un espejismo o la única puerta abierta?
El plan de autonomía para el Sáhara, presentado por Marruecos en 2007, ha ganado un impulso inédito. Estados Unidos, bajo una administración que prioriza la estabilidad regional y el pragmatismo, lo califica de “serio y creíble”. En su reciente visita a Washington, el ministro de Exteriores marroquí, Nasser Bourita, recibió un respaldo claro: la fórmula de autogobierno limitado bajo soberanía marroquí no solo es viable, sino que podría ser la llave para desbloquear décadas de tensiones.
Sin embargo, el Polisario responde con un discurso inmutable. Ibrahim Ghali, su líder, insiste en que cualquier solución que no incluya la independencia total es una “traición a los derechos inalienables del pueblo saharaui”. Es la misma retórica de los años 70, cuando la Guerra Fría alimentaba movimientos de liberación. Pero el mundo ha cambiado. La pregunta incómoda es: ¿puede una organización anclada en el siglo XX sobrevivir en un siglo XXI dominado por realpolitik?
Argelia: el poder tras el trono
Aquí emerge otro actor crucial: Argelia. Aunque oficialmente se declara “observador neutral”, su sombra es alargada. El Polisario depende casi por completo de su apoyo logístico, financiero y político. Sin el beneplácito argelino, cualquier decisión de la organización sería un salto al vacío. Y Argelia, inmersa en sus propias crisis internas y en una rivalidad histórica con Marruecos, parece más interesada en mantener el conflicto como herramienta de presión que en resolverlo.
Steffan de Mistura, enviado personal de la ONU para el Sáhara, lo señaló con diplomacia: sin una mejora en las relaciones entre Rabat y Argel, cualquier avance será efímero. Es una verdad incómoda. Marruecos y Argelia libran una batalla silenciosa por la hegemonía magrebí, y el Sáhara es solo un tablero secundario. Mientras tanto, el Polisario, atrapado en esta dinámica, carece de autonomía real para negociar.
La hora de Washington: ¿mediador o estratega?
El giro más revelador llega desde Washington. La administración estadounidense, tras reconocer en 2020 la soberanía marroquí sobre el Sáhara, ahora busca consolidar su influencia en una región donde China y Rusia avanzan. Para EE.UU., resolver el conflicto sería una victoria triple: estabilizaría a un aliado clave (Marruecos), reduciría la injerencia argelina (vinculada a Moscú) y proyectaría su liderazgo como árbitro global.
Pero hay un detalle crucial: EE.UU. no habla de independencia, sino de “autonomía bajo soberanía marroquí”. Esta postura, compartida por cada vez más países, deja al Polisario en una encrucijada: adaptarse o marginalizarse. ¿Puede la organización permitirse seguir rechazando una solución que cuenta con respaldo internacional?
El dilema generacional: entre la retórica y la supervivencia
Los líderes del Polisario, formados en la épica guerrillera y la solidaridad internacionalista, enfrentan un desafío existencial. Su base social, los saharauis en los campamentos de Tinduf (Argelia), vive en condiciones precarias, dependiente de ayuda externa. Las nuevas generaciones, conectadas al mundo a través de internet, cuestionan cada vez más un conflicto que les ofrece más miseria que esperanza.
¿Cuánto tiempo podrá el Polisario sostener su discurso de “todo o nada” en un mundo que prioriza la estabilidad sobre los ideales? La autonomía, podría ofrecer a los saharauis acceso a inversión, desarrollo y derechos dentro de Marruecos. Pero para los líderes históricos del Polisario, aceptarla equivaldría a admitir su propia obsolescencia.
Más allá del Sáhara, el futuro del Magreb
El conflicto del Sáhara ya no es solo una disputa territorial. Es un síntoma de las tensiones no resueltas en el Magreb, una región fracturada por rivalidades que frenan su integración económica y política. La solución, si llega, no nacerá de la voluntad del Polisario, sino de un cálculo frío entre Marruecos, Argelia y sus aliados internacionales.
Mientras tanto, el Polisario se aferra a un relato heroico, pero anacrónico. Su negativa a dialogar sobre la autonomía podría convertirse, irónicamente, en su propia sentencia. En un mundo donde hasta los conflictos más arraigados encuentran soluciones híbridas, la intransigencia es un lujo que pocos pueden permitirse. La arena del desierto, testigo de imperios que surgieron y cayeron, parece susurrar una lección: la historia no espera a quienes se niegan a adaptarse.
¿Estará el Polisario escuchando?
Mohamed BAHIA
23/04/2025









