La posibilidad de una nueva pausa Gaza parece cada vez más complicada, atrapada en un entramado de condiciones contradictorias entre las partes enfrentadas. Mientras los esfuerzos diplomáticos internacionales intentan contener una guerra que lleva más de 18 meses arrasando vidas y estructuras, las exigencias cruzadas entre Israel y el grupo palestino Hamas muestran que no hay una visión común siquiera sobre los términos básicos de una tregua.
Por un lado, Hamás ha dejado claro que cualquier acuerdo de alto el fuego debe contemplar la retirada total de las fuerzas israelíes de la Franja de Gaza. Es la primera vez que el grupo expresa públicamente esta condición desde que anunció estar evaluando la última propuesta israelí. Este retiro no solo implica un fin a la presencia militar, sino también la desactivación del cerco económico y humanitario que asfixia a la población gazatí. A la vez que Israel pide el desarme de Hamás, una condición totalmente rechazada por el grupo.
Sobre esto, el ministro de Defensa israelí, Israel Katz, aseguró que las tropas permanecerán indefinidamente en las zonas actualmente ocupadas, denominadas por Tel Aviv como “zonas de seguridad”. Katz fue aún más lejos: declaró que no se permitirá la entrada de ayuda humanitaria, admitiendo que el alimento se está utilizando como herramienta de presión contra Hamas, en medio de los llamamientos internacionales para levantar el bloqueo.
Además, Hamás ha aprovechado la víspera del Día de los Prisioneros Palestinos para reforzar su narrativa: la liberación de los detenidos es “una prioridad absoluta” en cualquier acuerdo de alto el fuego. Denuncian “las formas más atroces de tortura psicológica y física” contra los palestinos encarcelados en prisiones israelíes, y responsabilizan al Estado hebreo por la vida de todos los arrestados, tanto en Gaza como en Cisjordania y Jerusalén Este.
En una reciente entrevista con el periodista británico Owen Jones, el profesor emérito Paul Rogers, de la Universidad de Bradford del Reino Unido, el académico describió la devastación en Gaza como “sin precedentes en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial”. Apoyado en datos del grupo Scientists for Global Security, Rogers estimó que se han lanzado más de 70.000 toneladas de explosivos sobre el enclave palestino.
Para dimensionar el impacto, explicó que esta cantidad equivale a seis veces la potencia de la bomba nuclear arrojada sobre Hiroshima en 1945. Según sus palabras, “muy pocas personas comprenden cuán intensa y continua ha sido esta ofensiva”, y lamentó la escasa cobertura mediática en Occidente comparada con la indignación palpable en los medios del mundo árabe.
Pero mientras las posiciones se endurecen, la población civil paga el precio más alto. Solo en las primeras horas de este 16 de abril, al menos 25 personas murieron en ataques israelíes, incluidos 10 en el centro de Gaza. Las cifras totales estremecen: según el Ministerio de Salud de Gaza, al menos 51.025 palestinos han muerto y más de 116.000 han resultado heridos desde el inicio de la guerra en octubre de 2023. Por su parte, la Oficina de Medios del Gobierno gazatí actualiza la cifra total de fallecidos a más de 61.700, contando los miles que aún permanecen bajo los escombros. A eso debemos sumarle las 1.139 personas en Israel que murieron con el ataque de Hamás a ese país el 7 de octubre de 2023.
El estancamiento en las negociaciones refleja un punto muerto en el cual las exigencias mínimas de cada parte son inaceptables para la otra. Hamás no acepta una tregua sin desocupación completa, mientras Israel insiste en mantener el control militar, usar el cerco como palanca e insistir en el desarme de Hamás. En este tablero diplomático, donde la comida se vuelve arma y la retirada es percibida como rendición, la posibilidad de un alto el fuego duradero sigue atrapada en el limbo de lo imposible. Mientras tanto, la destrucción continúa, y la esperanza de paz se consume al ritmo de cada explosión.
16/04/2025 María Angélica Carvajal









