La expulsión de doce diplomáticos franceses por parte de Argelia no es solo un acto de soberanía: es un guion previsible en un gobierno que históricamente ha usado el conflicto con Francia para desviar la atención de sus propias contradicciones. Detrás de la retórica antiimperialista y la defensa de las inmunidades diplomáticas —legítimas en teoría—, se esconde una estrategia calculada para reforzar un nacionalismo de Estado, cada vez más cuestionado internamente. El caso del activista Amir Boukhras (alias Amir Dizad) no es una excepción, sino un síntoma de cómo Argelia instrumentaliza la justicia y la diplomacia para silenciar disidencias, incluso más allá de sus fronteras.
La crisis actual: ¿Defensa diplomática o impunidad selectiva?
Argelia insiste en que el arresto de su funcionario consular en Francia —vinculado al secuestro de Dizad— violó los protocolos diplomáticos. Sin embargo, la pregunta incómoda que evita responder es: ¿por qué un empleado consular aparecía, según la fiscalía francesa, vinculado a un presunto secuestro con «motivaciones terroristas»? En lugar de abordar las acusaciones con transparencia, Argelia optó por una respuesta desproporcionada: expulsar a doce funcionarios franceses, la mayoría del ámbito de seguridad, en un gesto que parece más una retaliación política que una defensa genuina del derecho internacional.
Francia, aunque inflexible en su postura, tiene un punto al recordar la independencia de su sistema judicial. Jean-Noël Barrot, ministro de Exteriores, subraya: «No hay injerencia política en este caso». Pero Argelia, gobernada por una élite militar que controla los hilos del poder desde la sombra, desconfía de cualquier escrutinio externo. No es casualidad que Dizad, con nueve órdenes internacionales de arresto emitidas por Argel —acusado de «terrorismo» y «fraude»—, haya encontrado asilo en Francia. Su delito real: exponer casos de corrupción y abusos de poder en redes sociales, algo que el régimen argelino no tolera.
Contexto histórico: El colonialismo como cortina de humo
La relación con Francia sigue siendo un trauma nacional para Argelia, pero también un recurso retórico conveniente. Cada vez que la presión interna aumenta —protestas del Hirak, crisis económica, escándalos de corrupción—, el gobierno recurre al «enemigo histórico» para cohesionar a la población. En 2021, cuando Macron cuestionó la «narrativa oficial» de la guerra de independencia, Argelia retiró a su embajador. Hoy, el caso Dizad sirve para lo mismo: proyectar una imagen de victimismo ante una supuesta agresión neocolonial, mientras se evita discutir problemas domésticos como el autoritarismo judicial o la represión a periodistas.
El problema es que esta estrategia tiene límites. Argelia depende económicamente de Francia (su tercer socio comercial) y de Europa para exportar gas, pero insiste en dinamitar puentes cada vez que su orgullo se resiente. La pregunta es si este nacionalismo de orgullo frágil sirve realmente a los intereses de su población, o solo a los de una élite que se beneficia del statu quo.
El factor Marruecos: La hipocresía del panarabismo
Mientras Argelia se enreda en disputas con Francia, su rival regional, Marruecos, consolida alianzas. El reconocimiento francés de la soberanía marroquí sobre el Sáhara en 2024 no fue un gesto inocente: fue un recordatorio de que la geopolítica se premia a quienes juegan con pragmatismo, no con dogmatismo. Argelia, en cambio, sigue anclada en su apoyo al Polisario, una causa que, aunque legítima, la aísla regionalmente y la aleja de potenciales inversiones europeas.
Criticar aquí a Argelia no es invalidar su postura sobre el Sáhara, sino señalar su miopía estratégica. Mientras Rabat negocia acuerdos migratorios y económicos con París, Argelia responde con expulsiones de diplomáticos y retórica confrontacional. El resultado es predecible: Francia profundiza su colaboración con Marruecos, y Argelia, pese a su riqueza energética, pierde influencia en un Magreb donde la estabilidad se cotiza más que los discursos grandilocuentes.
La escalada actual revela tres contradicciones argelinas:
Doble estándar judicial: Argelia exige inmunidad para sus funcionarios en el exterior, pero en casa, jueces y fiscales actúan bajo órdenes del poder político. ¿Cómo puede exigir transparencia a Francia cuando su propio sistema judicial carece de independencia?
El activismo como «terrorismo»: Las nueve órdenes de arresto contra Dizad —un crítico incómodo, pero no un yihadista— reflejan una práctica recurrente: criminalizar la disidencia bajo el paraguas de la lucha antiterrorista. Es la misma lógica usada contra periodistas y activistas del Hirak.
La dependencia disfrazada de desafío: Argelia necesita a Francia tanto como la repudia. Sus universidades, infraestructuras y sector militar aún dependen de tecnología y formación francesas. Este complejo de inferioridad disfrazado de orgullo nacional solo perpetúa un círculo vicioso de conflicto y reconciliaciones temporales.
¿Resistencia o autoaislamiento?
Argelia no es víctima aquí: es un actor que elige la confrontación como herramienta de legitimación. Pero cada expulsión de diplomáticos, cada acusación de «injerencias coloniales», la alejan más de su propio pueblo, que sufre desempleo crónico (14.4% en 2024) y una crisis de representatividad. El régimen argelino, heredero de un sistema de liberación nacional que se convirtió en una oligarquía militar, parece creer que la hostilidad hacia Francia sustituye a la necesidad de reformas internas.
Francia, por supuesto, no es inocente. Su historial colonial es imborrable, y figuras como Bruno Rotaeu —cuya retórica antiinmigrante alimenta estereotipos sobre el Magreb— no ayudan. Pero Argelia, al responder con la misma moneda de nacionalismo agresivo, se convierte en cómplice de un juego donde solo pierden sus ciudadanos.
En el Sáhara, el viento no sopla a favor de nadie. Pero mientras Marruecos construye muros y alianzas, Argelia parece contentarse con erigir murallas de retórica. El desafío no es solo para París, sino para Argel: ¿hasta cuándo podrá sostener su doble discurso de víctima y verdugo?
Abdelhalim El Amraoui
15/04/2025









