Una vez más, la administración estadounidense del presidente Donald Trump recurre a la herramienta arancelaria como instrumento de presión y protección, esta vez apuntando al corazón de la revolución digital. En un nuevo capítulo de su volátil política comercial, Trump ha confirmado que impondrá aranceles a semiconductores y chips “en un futuro próximo”. Lo hizo durante la tarde del domingo, a bordo del Air Force One, en lo que parece una nueva vuelta de tuerca a una estrategia que oscila entre la amenaza y la rectificación.
Aunque aseguró que habrá “flexibilidad” para empresas estadounidenses como Apple, el anuncio reaviva la tensión internacional y siembra dudas entre los gigantes tecnológicos, que aún digieren la exención temporal otorgada hace solo unos días a productos clave como smartphones, ordenadores y microprocesadores. Cabe recordar que esta nueva amenaza, llega apenas días después de que la misma administración otorgara exenciones arancelarias a teléfonos móviles, microprocesadores y otros bienes electrónicos, una decisión que parecía responder a las fuertes presiones de grandes corporaciones estadounidenses. Pero como ya es habitual en la retórica comercial de Trump, la marcha atrás fue temporal.
El secretario de Comercio, Howard Lutnick, confirmó que estos productos serán eventualmente gravados, reflejando un enfoque más agresivo pero envuelto en incertidumbre. El patrón de acción-reversión se repite: primero se anuncian medidas duras, luego se ajustan para suavizar el impacto interno, y finalmente se redefinen los términos en función de la respuesta del mercado, los aliados y, especialmente, los intereses electorales.
La nueva narrativa de autosuficiencia
La narrativa subyacente es clara: EE.UU. debe dejar de depender del Sudeste Asiático para productos críticos como chips, pantallas planas y fármacos. En palabras del propio Lutnick, “es una cuestión de seguridad nacional”. Este argumento se ha vuelto recurrente en la administración Trump, que intenta reindustrializar el país, o al menos consolidar esa percepción entre su base electoral.
La insistencia en “fabricar en casa” tiene un claro componente político, de cara a sectores industriales debilitados, pero también levanta preocupaciones entre las empresas tecnológicas que dependen de cadenas de suministro globalizadas. Apple, por ejemplo, podría verse directamente afectada, lo que explica la apertura al “diálogo” prometido por Trump.
Europa en pausa, China en el centro del huracán
El vaivén de decisiones también ha alcanzado a la Unión Europea y a otros socios comerciales, inicialmente incluidos en la política de aranceles generalizados del 2 de abril. Aunque muchos fueron temporalmente excluidos del nuevo régimen impositivo, China no corrió con la misma suerte. Sus productos fueron gravados con tasas superiores al 145% en cuestión de días, desencadenando una reacción firme de Pekín.
El Ministerio de Comercio chino calificó la exención parcial a ciertos productos como un “pequeño paso” y exigió la cancelación total de los aranceles, denunciando el enfoque unilateral de EE.UU. y su impacto negativo en el comercio global. La advertencia es clara: no hay ganadores en una guerra comercial.
Sin rumbo claro
Este juego de imposiciones y exenciones genera un clima de inseguridad para las multinacionales tecnológicas. Las decisiones repentinas y contradictorias dejan a las empresas en una posición difícil para planificar inversiones y estrategias de producción a medio plazo. Mientras Trump habla de “flexibilidad”, sus medidas siguen reflejando una visión de política comercial que prioriza los intereses políticos inmediatos sobre la estabilidad del sistema global.
El anuncio de nuevos aranceles sobre chips y semiconductores, matizado por promesas de diálogo con empresas afectadas, es un nuevo episodio de la doctrina Trump: firmeza sin previsibilidad, proteccionismo con puertas entreabiertas, y presión como moneda de cambio. El mensaje es dual: EE.UU. quiere liderar la industria tecnológica desde dentro, pero sin romper del todo con el mercado global que alimenta a sus propias empresas.
En este sentido, el líder republicano ha convertido los aranceles en una extensión de su poder ejecutivo, usándolos como herramienta de negociación y símbolo de soberanía. Sin embargo, los efectos reales de esta estrategia son difusos: incertidumbre empresarial, tensiones geopolíticas y una economía global cada vez más fragmentada. A pesar de que la retórica de autosuficiencia puede sumar votos, la dependencia mutua en el ecosistema tecnológico global es un hecho ineludible. La pregunta no es si EE.UU. puede fabricar chips… sino si puede hacerlo sin romper con el mundo.
En el fondo, más que una estrategia económica estructurada, la política arancelaria parece ser una herramienta de negociación y reafirmación de poder. Es así como surge otra duda, y es si esta táctica generará los resultados deseados… o si solo sumará más incertidumbre al ya volátil tablero del comercio internacional.
14/04/2025
María Angélica Carvajal









