El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha confirmado una notable desaceleración de la inflación en marzo, situando el Índice de Precios de Consumo (IPC) en el 2,3%, tras cinco meses consecutivos al alza. Este retroceso de siete décimas frente al dato de febrero marca un punto de inflexión significativo en la evolución de los precios en la economía española y plantea interrogantes clave sobre la sostenibilidad de esta tendencia en los próximos meses.
El principal catalizador de esta caída ha sido la reducción del precio de la electricidad, que se ha visto favorecida por una climatología excepcionalmente lluviosa durante marzo. A ello se suma el abaratamiento de los carburantes y lubricantes, elementos que componen un componente volátil pero fundamental del IPC. Esta moderación en los costes energéticos ha ejercido un efecto dominó sobre otros sectores, reflejando una desaceleración más generalizada del ritmo inflacionario.
También ha contribuido la menor presión inflacionaria en el ocio y la cultura, especialmente por la atenuación en los precios de los paquetes turísticos en comparación con marzo de 2024. Este dato sugiere un comportamiento más contenido del consumo en sectores estacionales.
Uno de los aspectos más relevantes desde el punto de vista macroeconómico es la evolución de la inflación subyacente, que excluye alimentos no elaborados y energía. Esta se situó en el 2%, su nivel más bajo desde noviembre de 2021. Dado que la inflación subyacente es un indicador más estable de las presiones inflacionistas estructurales, su moderación sugiere una relajación sostenida del entorno de precios, más allá de factores coyunturales.
Aunque la tendencia descendente ha sido generalizada, existen diferencias notables entre comunidades autónomas. Mientras que Islas Baleares registra la tasa más elevada (2,9%), regiones como Murcia y Canarias muestran cifras significativamente más bajas (1,6%). Estas divergencias reflejan la distinta estructura de consumo y los niveles de dependencia energética de cada territorio.
La gran pregunta que se plantean economistas y analistas es si esta caída marca el inicio de un nuevo ciclo de estabilización o si estamos ante un alivio temporal condicionado por factores climáticos y estacionales. El repunte mensual del 0,1% entre febrero y marzo —aunque inferior al de meses anteriores— revela que la presión inflacionaria no ha desaparecido completamente.
El aumento en los precios de hoteles, cafés y restaurantes (+0,9%) y en el vestido y calzado (+2,5%) por el inicio de la temporada primavera-verano apunta a que persisten focos de tensión en el consumo interno.
En un escenario global marcado por la incertidumbre geopolítica y comercial, especialmente por la nueva escalada proteccionista impulsada por el presidente estadounidense Donald Trump, la economía española muestra signos de resiliencia comparativa. El Ministerio de Economía ha destacado que España continúa siendo una de las economías de mayor crecimiento en la eurozona, combinando dinamismo económico con control de precios. Este equilibrio es crucial para preservar el poder adquisitivo de los hogares y para mantener la competitividad de las empresas en un entorno donde los márgenes están siendo constantemente presionados por el coste de los insumos.
De mantenerse esta tendencia a la baja, el Banco Central Europeo podría encontrar argumentos para mantener o incluso relajar su actual política monetaria, lo que supondría un alivio adicional para los hogares y empresas europeas. No obstante, será clave observar la evolución de los precios energéticos durante el segundo trimestre, así como el comportamiento de la demanda interna con la llegada del verano.
Es así como la caída de la inflación en marzo representa una buena noticia en términos de estabilidad macroeconómica, pero no debe interpretarse como una victoria definitiva. El entorno sigue siendo volátil y dependerá en gran medida de factores externos y del margen de maniobra fiscal y monetaria de las autoridades.
11/04/2025









