En el complejo entramado de relaciones internacionales entre Turquía y Rusia, una nueva forma de competencia silenciosa parece estar en marcha. No se trata de armas ni de acuerdos comerciales, sino de una estrategia mucho más sutil: la educación. Ankara ha comenzado a utilizar sus universidades como vehículos de poder blando para influir ideológicamente en jóvenes provenientes del Cáucaso ruso, una región históricamente convulsa y geopolíticamente sensible.
Esta tendencia, que ha ganado notoriedad en los últimos años, pone en evidencia un cambio en la forma en que Turquía proyecta su influencia más allá de sus fronteras, en un momento en que la rivalidad por la hegemonía en Eurasia se intensifica.
Educación y poder blando: una fórmula turca
Desde instituciones como la Dirección de Turcos en el Extranjero y Comunidades Relacionadas (YTB), el gobierno turco ha desarrollado programas de becas, asociaciones estudiantiles y actividades extracurriculares orientadas a los jóvenes del Cáucaso Norte. Universidades como la de Estambul, la Técnica de Yıldız y la de Mármara, albergan hoy a cientos de estudiantes provenientes de regiones como Chechenia, Daguestán, Osetia o Ingusetia.
El apoyo que reciben no se limita al ámbito académico. A través de organizaciones como la «Asociación del Cáucaso del Norte de la Universidad de Estambul» (IUKAF) o el «Grupo de Estudiantes del Cáucaso del Norte de la Universidad Técnica de Yıldız» (YILDIZKAF), estos jóvenes son introducidos a narrativas históricas que destacan la hermandad turco-caucásica y reinterpretan hechos como la colonización rusa del Cáucaso, la supuesta limpieza étnica zarista, y la opresión durante la era soviética.
Según fuentes rusas, esta “reeducación” persigue fines políticos claros: moldear una generación de estudiantes más cercana a la visión geopolítica turca y menos vinculada emocional e ideológicamente a Moscú.
La reacción rusa: preocupación y vigilancia
El Kremlin no ha tardado en manifestar su inquietud. De acuerdo con informes del Ministerio del Interior ruso, más de 500.000 ciudadanos rusos de origen caucásico residen actualmente en Turquía. Muchos de ellos mantienen una relación estrecha con sus comunidades de origen, lo que convierte a estos jóvenes en potenciales canales de influencia inversa: de Turquía hacia Rusia.
Esta situación ha sido interpretada por Moscú como una forma de “intervención blanda”, pero con efectos potencialmente desestabilizadores. En un contexto donde Rusia enfrenta tensiones internas en sus repúblicas musulmanas, como Chechenia y Daguestán, y en medio de su guerra prolongada en Ucrania, cualquier intento de socavar su cohesión interna es visto como una amenaza directa.
La posibilidad de que Ankara esté utilizando sus instituciones académicas para incubar discursos nacionalistas entre los estudiantes caucásicos en el extranjero ha elevado las alertas entre los servicios de seguridad rusos.
Turquía y el pan-turquismo del siglo XXI
Desde la perspectiva de Ankara, esta estrategia responde a una lógica de continuidad histórica. Turquía ha sido, durante siglos, un punto de referencia cultural, lingüístico y religioso para muchas comunidades del Cáucaso. Durante el siglo XIX, acogió a miles de circasianos, chechenos y abjasios que huían de las campañas militares del Imperio Ruso.
Hoy, bajo el liderazgo del presidente Recep Tayyip Erdoğan, Turquía busca reactivar ese vínculo a través de un nuevo pan-turquismo adaptado a los tiempos actuales, donde el idioma, la religión, la diáspora y la educación juegan roles clave. No se trata solo de revivir la nostalgia otomana, sino de posicionarse como líder natural de las comunidades túrquicas y musulmanas en Asia Central y el Cáucaso.
El “Fondo del Cáucaso” (Kafkaz Vakfı), una organización que financia y coordina parte de estas actividades educativas y culturales, simboliza el alcance de esta política. A través del apoyo económico, logístico y político, se busca construir redes de afinidad duraderas que fortalezcan la influencia de Ankara más allá de sus fronteras tradicionales.
Entre la geopolítica y la identidad
Lo que está en juego no es solo una disputa por el alma de una región histórica, sino una batalla más amplia por la hegemonía cultural e ideológica en el espacio postsoviético. Mientras Rusia defiende un modelo centrado en la soberanía estatal y la verticalidad del poder, Turquía apuesta por un modelo de influencia transversal, basado en la cercanía identitaria y en la diplomacia cultural.
La educación, en este contexto, se convierte en un campo de batalla simbólico donde se forma —o se transforma— la lealtad de las nuevas generaciones.
Un nuevo frente en la competencia Turquía-Rusia
A primera vista, la cooperación educativa puede parecer inocua, incluso beneficiosa. Pero, en el actual contexto geopolítico, ninguna iniciativa es completamente neutral. Turquía ha entendido que las aulas pueden ser tan estratégicas como los oleoductos o las bases militares. En la medida en que forma a miles de jóvenes caucásicos dentro de sus universidades, también los está integrando en su esfera de influencia.
Rusia, por su parte, observa con desconfianza. La historia ha demostrado que las identidades pueden ser tanto una fuente de cohesión como de ruptura, y el Cáucaso es un terreno fértil para ambas.
En definitiva, asistimos al surgimiento de una nueva forma de competencia regional, donde el conocimiento y la cultura se convierten en instrumentos de poder. Y en esta partida, las universidades turcas podrían estar formando algo más que profesionales: están formando aliados.
09/04/2025
Abdelhalim ELAMRAOUI