Mohamed BAHIA
Las cifras, frías y desgarradoras, suelen ser el único lenguaje que logra perforar el muro de la indiferencia global. En Gaza, el 7% de sus 2.4 millones de habitantes —niños, mujeres, ancianos— han sido borrados del mapa de la vida: asesinados o heridos bajo el eufemismo de una “guerra”. Traducir ese porcentaje a otras geografías es un ejercicio necesario para comprender la magnitud del horror: si Israel, con 9.7 millones de habitantes, sufriera proporcionalmente la misma carnicería, tendría 638,000 víctimas. Si ocurriera en Estados Unidos, el número ascendería a 24 millones de personas. Pero en Gaza, los muertos no son estadísticas abstractas: son el síntoma de una maquinaria de exterminio que opera con precisión burocrática, mientras el mundo ajusta su mirada cómplice.
El bloqueo israelí, respaldado por una retórica internacional que culpa a las víctimas, ha convertido la supervivencia en un acto de resistencia. Al cerrar los pasos fronterizos a medicinas, alimentos, combustible y ayuda humanitaria, Israel no solo asfixia cuerpos, sino que ejecuta una estrategia calculada: empujar a un pueblo entero hacia la hambruna, condenar a los heridos a morir en hospitales sin energía, y normalizar la idea de que los palestinos son prescindibles. La administración de Trump respalda esta política con declaraciones como las de su enviado Steve Wittkoff —quien acusa a Hamás de ser el “agresor”— no solo blanqueando la violencia, sino reescribiendo las reglas del derecho internacional. En este teatro macabro, el poderoso dicta la moral mientras el mundo observa, cómodamente anestesiado por la ilusión de un orden basado en principios.
El reciente colapso del acuerdo de alto al fuego mediado por Egipto y Qatar —y avalado inicialmente por Estados Unidos— revela una verdad incómoda: para el gobierno de Netanyahu, ningún armisticio es legítimo si no consolida la ocupación. Hamás, al denunciar el incumplimiento israelí de lo pactado, expone una dinámica perversa donde cada negociación se convierte en un permiso tácito para que Israel redefina los términos de la rendición. No se trata de un error de cálculo, sino de la esencia de una agenda política inspirada en el kahanismo, ideología ultranacionalista que aboga por la limpieza étnica, y alimentada por la complicidad de una Casa Blanca que, bajo el mandato de Trump, prioriza su alianza estratégica con Netanyahu sobre los derechos humanos.
Mientras Gaza arde, el mundo se fragmenta en hipocresías. Los Estados árabes, atrapados entre la impotencia y la connivencia, coquetean con planes que facilitan el desplazamiento forzado de palestinos, ignorando que su silencio los convierte en cómplices de un nuevo Nakba. Europa, que se jacta de su compromiso con los derechos humanos, mira hacia otro lado: su “solidaridad” con Ucrania contrasta con su pasividad ante Gaza, revelando un doble estándar geopolítico donde algunas vidas valen más que otras. El aumento del gasto militar europeo, justificado por el miedo a Rusia, evidencia que la paz se subordina a la lógica de la fuerza. Y en el fondo de todo, el regreso de Trump —con su ley de la jungla, su desprecio por el multilateralismo y su reconocimiento de Jerusalén como capital indivisible de Israel— resuena como un eco siniestro, normalizando un modelo donde la impunidad de Israel es intocable.
Gaza no es una “crisis humanitaria”. Es el laboratorio de un nuevo orden mundial donde el genocidio se normaliza, donde el derecho internacional se reduce a un museo de buenas intenciones, y donde las potencias —vestidas con el traje de la civilización— rescatan el viejo guion colonial: exterminar al otro para preservar su hegemonía. La pregunta no es cuántos muertos más harán falta para que Occidente actúe. La pregunta es qué nos define como humanidad cuando permitimos que la barbarie se disfrace de pragmatismo. Gaza nos interroga: ¿Es este el mundo que queremos heredar? Un mundo donde la indiferencia es complicidad, donde la justicia es selectiva, y donde la vida palestina —como antes la judía, la tutsi o la armenia— se convierte en un número en la contabilidad del horror.
El silencio no es neutral. Y la historia, tarde o temprano, juzgará a quienes hoy prefieren mirar hacia otro lado, mientras Gaza se desangra en nombre de una civilización que, irónicamente, se cree superior.
24/03/2025