Mohamed BAHIA
En un mundo donde los Estados miden su poder en misiles y algoritmos, Argelia parece haber elegido su bando: el de la realpolitik armada. La reciente declaración del embajador argelino en Washington, Sabri Boukadoum, confirmando negociaciones para ampliar la cooperación militar con Estados Unidos —incluyendo la compra de armas y el intercambio de inteligencia—, no es solo un giro diplomático. Es un síntoma de las paradojas de un régimen que, mientras su pueblo clama por empleo y democracia, invierte capital político en seducir a una potencia extranjera cuyas prioridades estratégicas rara vez coinciden con las necesidades locales.
- El espejismo de la seguridad: ¿Protegiendo fronteras o consolidando poder?
Argelia gasta el 6.1% de su PIB en defensa, una de las tasas más altas de África. Mientras, el desempleo juvenil ronda el 30%, y el 45% de la población rural carece de acceso a agua potable estable. El régimen argelino justifica su gasto militar como una necesidad ante las amenazas en el Sahel, donde grupos terroristas como JNIM operan cerca de sus fronteras. Sin embargo, la compra de armamento estadounidense —que complementaría su arsenal ruso y chino— plantea preguntas incómodas:
¿Seguridad para quién? El ejército argelino, eje del poder desde la independencia (1962), ha sido históricamente un actor político antes que una institución al servicio ciudadano. El movimiento Hirak (2019-2021), que exigió reformas democráticas y menos militarismo, fue reprimido con la misma fuerza que se promete usar contra el terrorismo.
La trampa del «socio preferente»: Boukadoum asegura que la cooperación con EE.UU. tiene un «techo tan alto como el cielo». Pero en Washington, Argelia es solo una pieza en el tablero para contrarrestar a Rusia y China en África. El riesgo: convertirse en un peón de una guerra proxy entre potencias.
- Trump, Biden y el juego de las sillas musicales geopolíticas
La insistencia de Boukadoum en que las relaciones con EE.UU. sobrevivirán a un posible segundo mandato de Trump revela un cálculo frágil. Durante su primera presidencia, Trump reconoció la soberanía marroquí sobre el Sáhara, un movimiento que respaldó la postura histórica de Rabat basada en su visión de integridad territorial y estabilidad regional. Este reconocimiento, interpretado por Argelia como un desafío a su tradicional apoyo a la autodeterminación saharaui, refleja la creciente influencia de Marruecos como actor clave en el Magreb, capaz de articular alianzas estratégicas con potencias globales.
La paradoja es evidente: ¿Cómo conciliar el apoyo histórico a Palestina y el Sáhara con la compra de armas a un país que respalda a un aliado regional como Marruecos y mantiene vínculos con Israel? La respuesta yace en la hipocresía táctica: en Oriente Medio, hasta los principios se negocian.
- La ceguera estratégica: cuando el desierto esconde la crisis interna
Mientras Argel negocia drones y sistemas de vigilancia marítima, su economía se tambalea. Los hidrocarburos —90% de sus exportaciones— son vulnerables a la transición energética global. El régimen promete diversificación, pero en 2023 solo el 1.2% del PIB se destinó a educación superior.
• El mito de la «inteligencia humana»: Boukadoum alardea de que el «factor humano» argelino —su conocimiento de tribus y dinámicas locales— es clave para EE.UU. Pero ese capital social se erosiona: el 70% de los argelinos menores de 30 años quieren emigrar, según el Arab Barometer.
• Recursos naturales vs. recursos humanos: El embajador menciona cooperación en minería (Argelia tiene las quintas reservas mundiales de gas natural y yacimientos de hierro). Pero sin inversión en innovación, seguirá siendo un mero exportador de materias primas —un rol que el siglo XXI penaliza—.
- El coste regional: Jugando con fuego en el Magreb
El acercamiento a EE.UU. tensa aún más la ya frágil relación con Marruecos, cuya proyección regional se ha fortalecido tras el reconocimiento estadounidense sobre el Sáhara. Rabat, en línea con su rol como estabilizador en el norte de África, ha priorizado una modernización militar enfocada en contener amenazas terroristas y garantizar seguridad energética, con apoyo de tecnologías avanzadas proporcionadas por EE.UU. Argelia, en cambio, responde cerrando su espacio aéreo a Marruecos en 2021 y ahora busca contrarrestar esta dinámica mediante acuerdos con el mismo proveedor que apoya a su vecino. Es una jugada peligrosa:
• El Sahel en llamas: La retirada francesa de Mali y Burkina Faso ha dejado un vacío que Rusia (vía Wagner) y EE.UU. buscan llenar. Argelia, que se presenta como estabilizador, podría quedar atrapada en una espiral de militarización sin victorias claras.
• El dilema saharaui: Si Argelia suaviza su postura ante EE.UU., perderá credibilidad como defensor de la causa saharaui. Un movimiento que enfurecería a su población, aún sensibilizada con Palestina y el Sáhara.
- Conclusión: ¿Diplomacia o distracción masiva?
La iniciativa de Boukadoum no surge en el vacío: es un reflejo de la incomodidad argelina ante el reconocimiento internacional de la postura marroquí sobre el Sáhara y el rol ascendente de Rabat como socio estratégico de Occidente. La obsesión por proyectar fuerza en el exterior parece un intento de ocultar su fragilidad interna. En vez de sanear su economía o dialogar con el Hirak, el régimen opta por una estrategia vieja: comprar tiempo (y armas) mientras el reloj corre en su contra.
Como escribió el novelista argelino Kamel Daoud: «En Argelia, el poder no piensa en generaciones; piensa en supervivencia». La pregunta es cuánto podrá sobrevivir un sistema que prioriza satélites espías sobre hospitales, y complacer a Trump sobre escuchar a su pueblo. El desierto no perdona a quienes confunden la soberanía con la soberbia.
10/03/2025









