El conflicto del Sáhara, una disputa que ha consumido décadas de esfuerzos diplomáticos y recursos económicos, sigue siendo una herida abierta en el norte de África. Con la llegada de la segunda administración de Donald Trump a la Casa Blanca, surge una pregunta inevitable: ¿Qué papel jugará Estados Unidos en este intrincado escenario? ¿Será Trump un actor neutral, un mediador forzoso o un facilitador de soluciones definitivas? Y, sobre todo, ¿cómo afectará su enfoque pragmático, a menudo impulsado por intereses económicos y geopolíticos, a las aspiraciones marroquíes en la región?
El Sáhara, un territorio rico en recursos naturales y estratégicamente ubicado en la costa atlántica de África, ha sido durante décadas un punto de fricción entre Marruecos y el Frente Polisario, respaldado por Argelia. Marruecos, que controla aproximadamente el 80% del territorio, ha propuesto un plan de autonomía bajo su soberanía, una solución que ha ganado apoyo internacional en los últimos años. Sin embargo, el conflicto sigue estancado, con miles de refugiados saharauis viviendo en campamentos en Tinduf, Argelia, y un proceso de paz que parece avanzar a paso de tortuga.
En este contexto, la administración Trump tiene una oportunidad única para redefinir su papel en la región. Según un reciente informe del Carnegie Endowment for International Peace, la estrecha relación entre Trump y Marruecos, junto con el creciente apoyo europeo al plan de autonomía marroquí y el declive del respaldo internacional al Polisario, podrían allanar el camino para una solución definitiva. Pero, ¿está Trump dispuesto a asumir este desafío?
Trump y el arte del «deal-making»: ¿Una solución a la vista?
Donald Trump ha construido su carrera política y empresarial alrededor de la idea del «arte del trato». Su enfoque pragmático, a menudo centrado en beneficios tangibles y rápidos, ha definido su política exterior. En el caso del Sáhara, este enfoque podría ser tanto una bendición como un obstáculo. Por un lado, Trump podría ver en este conflicto una oportunidad para consolidar su legado como un líder capaz de resolver problemas aparentemente insolubles. Por otro, su tendencia a priorizar intereses económicos y estratégicos sobre consideraciones humanitarias o de largo plazo podría complicar cualquier intento de mediación.
El informe de Carnegie sugiere que la administración Trump necesitará el apoyo de otros actores globales para implementar un reconocimiento formal de la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Esto implicaría abordar cuestiones espinosas como el estatus de los refugiados en Tinduf, la delimitación de fronteras y la implementación del plan de autonomía. Sin embargo, el informe también advierte que existe una «alta probabilidad» de que la administración Trump ignore el tema del Sáhara en sus primeros meses, priorizando otros asuntos más urgentes o rentables.
Marruecos y Argelia: Dos visiones, un mismo escenario
Tanto Marruecos como Argelia están atentos a las señales que emane de Washington. Para Marruecos, el reconocimiento estadounidense de su soberanía sobre el Sáhara en diciembre de 2020 fue un hito histórico. Sin embargo, Rabat espera que la administración Trump vaya más allá, quizás abriendo un consulado en una de las principales ciudades del Sáhara, como Dajla o El Aaiún, o presionando para un acuerdo definitivo que consolide su posición.
Por su parte, Argelia, principal aliado del Polisario, busca contrarrestar la influencia marroquí en Washington. Recientemente, el embajador argelino en Estados Unidos declaró que su país está trabajando para fortalecer las relaciones bilaterales, especialmente en el ámbito de la defensa y las inversiones económicas. Estas declaraciones no son casuales: Argelia parece estar jugando la carta económica para ganar influencia en la administración Trump, consciente de la debilidad del presidente por los acuerdos lucrativos.
¿Qué puede esperarse de Trump?
La política exterior de Trump ha estado marcada por una combinación de pragmatismo y unilateralismo. Desde su interés en comprar Groenlandia hasta sus declaraciones sobre la anexión de Canadá o la recuperación del control del Canal de Panamá, Trump ha demostrado una inclinación por las soluciones audaces y, a menudo, controvertidas. En el caso del Sáhara, es difícil predecir cuál será su próximo movimiento. Sin embargo, su historial sugiere que cualquier acción estará impulsada por una combinación de intereses estratégicos y económicos.
Para Marruecos, la esperanza es que Trump vea en el Sáhara una oportunidad para fortalecer su alianza con un país clave en el norte de África, un socio estratégico en la lucha contra el terrorismo y un puente entre Europa y África. Para Argelia, el desafío será convencer a Washington de que un apoyo abierto a Marruecos podría desestabilizar aún más la región.
Conclusión: Un conflicto en busca de un mediador
El Sáhara sigue siendo uno de los conflictos más complejos y prolongados del mundo. Con la administración Trump en el poder, existe la posibilidad de un cambio significativo, pero también el riesgo de que el conflicto sea ignorado en favor de otros intereses. Lo que está claro es que tanto Marruecos como Argelia están dispuestos a jugar sus cartas para influir en la política estadounidense. En este juego de poder, la pregunta no es solo qué hará Trump, sino cómo sus acciones (o inacciones) moldearán el futuro de una región que lleva demasiado tiempo esperando una solución definitiva.
En defintiva, el Sáhara es un recordatorio de que, en política internacional, las soluciones rara vez son simples. Y en el caso de Trump, cuya presidencia ha estado marcada por la imprevisibilidad, lo único seguro es que cualquier decisión que tome tendrá repercusiones profundas y duraderas.
26/02/2025
Mohamed Bahia