Las declaraciones del ministro del Interior francés, Bruno Retailleau, no son simplemente una crítica a la política argelina; son el síntoma de una profunda crisis en la relación bilateral franco-argelina. Su llamado a la revisión, o incluso anulación, del acuerdo de 1968 sobre inmigración es un punto de inflexión, que revela la creciente frustración francesa ante lo que percibe como una serie de provocaciones y un trato despectivo por parte de Argel.
El acuerdo de 1968, concebido en un contexto histórico muy diferente, se ha vuelto, según Retailleau, un instrumento de desequilibrio. No se trata solo de su obsolescencia legal, sino de su impacto en la inmigración argelina hacia Francia, percibida ahora como una fuente de tensión y desproporcionada en comparación con la inmigración procedente de otros países. La crítica va más allá de lo puramente práctico; implica una acusación de injusticia histórica, un sentimiento de que Francia ha sido generosa a costa de su propia soberanía.
Las acusaciones de provocaciones argelinas son múltiples y graves. El rechazo a la repatriación de ciudadanos argelinos expulsados de Francia, a pesar de poseer documentación en regla, es presentado como una violación del derecho internacional y un acto de desafío deliberado. La detención de intelectuales franco-argelinos, como el caso mencionado de Boualem Sansal, es interpretada como una muestra de la falta de respeto por los derechos fundamentales y las libertades democráticas, valores que Francia considera esenciales en su relación con cualquier país.
La retórica empleada por Retailleau – «injusticia histórica,» «humillante,» «piétinar» – refleja una escalada del tono en la dialéctica política. Esto sugiere que los canales diplomáticos tradicionales se han agotado, o al menos, no han logrado obtener resultados satisfactorios para Francia. La paciencia francesa, según el ministro, ha llegado a su límite. La idea de un «apaisamiento unilateral» ya no es una opción viable.
Más allá de las declaraciones de Retailleau, la crisis franco-argelina refleja una compleja intersección de factores: la memoria histórica, las tensiones económicas, las disputas sobre la inmigración y la creciente influencia de otras potencias en la región. El acuerdo de 1968 se convierte en un símbolo de esta relación desequilibrada, un vestigio de un pasado que ya no refleja la realidad actual. La pregunta clave no es solo si el acuerdo debe ser revisado o abolido, sino cómo reconstruir la confianza y establecer una nueva base para una relación bilateral más justa y equilibrada. El camino hacia una solución requerirá un diálogo franco y una voluntad política por ambas partes de superar las diferencias y construir un futuro común, algo que en el actual contexto parece improbable sin cambios significativos en la postura de Argel. La propuesta de Retailleau, más allá de la retórica, representa un llamado urgente a una reevaluación profunda y necesaria de la relación entre Francia y Argelia.
20/01/2025