El Magreb está viviendo una metamorfosis geopolítica acelerada, y las recientes señales apuntan a una reconfiguración sustancial de la relación entre Marruecos y Argelia para 2025. El acercamiento palpable entre Rabat y Nuakchot, evidenciado en la reciente visita del presidente mauritano a Marruecos, constituye un punto de inflexión revelador. Más allá de la cortesía diplomática, la disparidad en la comunicación oficial que siguió al encuentro –detallada en Rabat, más reservada en Nuakchot–, sumada a la ausencia de críticas desde Mauritania a la narrativa marroquí, destila un claro mensaje: Nuakchot parece haber abandonado la ambigüedad y optado por un compromiso estratégico con su vecino del norte.
Este cambio de rumbo se apuntaló con la subsiguiente reunión del Rey Mohammed VI con el mandatario mauritano en Emiratos Árabes Unidos. Este encuentro, que interrumpió la convalecencia del monarca marroquí, subraya la trascendencia que ambas naciones otorgan a su creciente sintonía. Las conversaciones giran en torno a la materialización de la ambiciosa Iniciativa Atlántica, un proyecto con el potencial de redefinir la conectividad y el desarrollo económico de la región, y la aceleración del estratégico gasoducto africano. Se vislumbran inversiones de envergadura, con el respaldo emiratí, a lo largo de la franja costera que une Marruecos y Mauritania, consolidando un eje de influencia con profundas implicaciones.
En contraste, la reciente destitución del embajador argelino en Mauritania, apenas tres años después de su nombramiento, no ha pasado desapercibida. Este movimiento, interpretado como un reconocimiento tácito de las dificultades en la relación bilateral y un posible fracaso de la gestión diplomática argelina, subraya la creciente distancia entre Argel y Nuakchot.
Las consecuencias de este realineamiento son evidentes. Para Marruecos, se diluye el espectro de una «unión magrebí sin Marruecos», una aspiración largamente acariciada por Argel. A nivel estratégico, la Iniciativa Atlántica liderada por Rabat emerge como un polo de atracción para los países del Sahel, ofreciendo una ruta alternativa hacia el Océano Atlántico y dinamizando las economías regionales. La balanza de poder parece inclinarse hacia Rabat, mientras Argelia se enfrenta a un creciente aislamiento en su entorno inmediato.
Las tensiones que enfrenta Argelia en la gestión de su periferia son un factor adicional a considerar. El distanciamiento estratégico con Moscú, derivado de la postura rusa en Libia y su apoyo a actores que amenazan la seguridad argelina en el Sahel, añade complejidad a un panorama ya desafiante para Argel.
De cara a 2025, se proyectan tres tendencias con un impacto significativo en la dinámica regional. En primer lugar, se anticipa una consolidación de los proyectos estratégicos transfronterizos, con la participación activa de Marruecos, Mauritania, Emiratos Árabes Unidos y, posiblemente, Estados Unidos. La potencial vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca podría catalizar inversiones en la región del Sáhara, transformando el puerto de Dajla en un enclave clave para el comercio estadounidense con África.
En segundo lugar, se observa una creciente convergencia de las posiciones británica y francesa con respecto al Sáhara. La relación entre Rabat y Londres ha experimentado un notable fortalecimiento desde 2019, abarcando esferas comerciales, de seguridad y estratégicas. La construcción del ambicioso cable eléctrico submarino que unirá los dos países es un claro ejemplo de esta alianza. Con una postura estadounidense ya definida y el apoyo explícito de Francia, es cada vez más probable que Londres se alinee con este consenso, aislando aún más la posición argelina.
En tercer lugar, existe una ventana de oportunidad para que Libia supere su prolongada crisis política y avance hacia la unificación de sus instituciones. Marruecos ha desempeñado un papel activo como mediador en este proceso, albergando encuentros clave entre las partes en conflicto. En contraste, Argelia ha tenido dificultades para influir de manera decisiva en la resolución del conflicto libio
Muchos analistas preveían una escalada de las tensiones entre Argelia y Marruecos, incluso contemplando escenarios de confrontación militar. Sin embargo, la rapidez con la que se están desarrollando los acontecimientos y el creciente aislamiento diplomático de Argelia hacen que esta opción sea cada vez menos viable y más perjudicial para sus propios intereses.
El reciente discurso del presidente argelino ante el Parlamento, con sus llamados a la unidad nacional y al diálogo político interno, podría interpretarse como un reconocimiento tácito de las crecientes presiones externas que enfrenta el país. Tradicionalmente, la respuesta del gobierno argelino a los desafíos internos ha sido culpar a las injerencias extranjeras y apelar a la fortaleza militar. Este cambio de tono sugiere una conciencia de la magnitud de los retos, que parecen superar la capacidad de la diplomacia argelina para contrarrestar la creciente influencia marroquí. Este llamado a la unidad no parece tanto una respuesta genuina a las demandas internas de mayor apertura política y lucha contra la corrupción, sino más bien una estrategia para fortalecer el frente interno ante lo que el régimen percibe como amenazas externas. La dinámica diplomática activa de Rabat y los recientes acontecimientos en las fronteras del sur de Argelia parecen haber generado una sensación de urgencia en Argel.
En este contexto, voces dentro de Argelia abogan por un cambio de rumbo en la política exterior. Algunos sugieren abandonar la costosa y aparentemente estéril inversión en el expediente del Sáhara y optar por un diálogo directo con Marruecos. Las críticas a la diplomacia argelina, percibida como lenta y poco efectiva en comparación con la agilidad de la marroquí, son cada vez más audibles.
Sin embargo, el núcleo del problema para el régimen argelino no reside únicamente en la falta de pragmatismo. La cuestión fundamental es la legitimidad. Existe una corriente de pensamiento en Argelia que sostiene que una resolución del conflicto del Sáhara, posiblemente con la retirada del tema de la agenda de las Naciones Unidas, podría desencadenar una crisis interna de legitimidad para el gobierno. La lógica es que, una vez desaparecido este «enemigo externo», las demandas internas por transparencia, rendición de cuentas y una distribución más equitativa de la riqueza, especialmente la proveniente de los hidrocarburos, se intensificarían. El gas y el petróleo, tradicionalmente utilizados como herramientas de influencia diplomática, podrían convertirse en el principal catalizador de la crítica y la exigencia de reformas internas. En este escenario, las preguntas sobre la gestión de los recursos y los beneficios del crecimiento económico se volverían aún más apremiantes para un régimen que podría verse despojado de uno de sus pilares de legitimidad externa. El tablero geopolítico del Magreb se está reconfigurando, y por ahora, las fichas parecen favorecer a Marruecos.
07/01/2025









