Tres años después de que los talibanes retomaran el control de Kabul en 2021, Afganistán se encuentra en una encrucijada crítica. Aunque la seguridad ha mejorado, permitiendo la reanudación de actividades empresariales en muchas regiones, la economía del país enfrenta serios desafíos, con un crecimiento prácticamente nulo y una población cada vez más empobrecida.
Según el Banco Mundial, el Producto Interior Bruto (PIB) de Afganistán se contrajo un 26% entre 2021 y 2022, y las previsiones para los próximos años son desalentadoras: se espera que el crecimiento se mantenga en cero, mientras que el ingreso per cápita disminuirá debido al incremento demográfico. Esta situación se agrava por la casi total cesación de la ayuda internacional, ya que el gobierno talibán no ha sido reconocido por ningún país, lo que también ha reducido drásticamente la asistencia humanitaria.

Pese a los abundantes recursos minerales y el potencial agrícola del país, Afganistán sufre de una fuga de cerebros, la falta de infraestructuras, la ausencia de conocimientos especializados y la escasez de financiamiento. Aunque Kabul ha encontrado algunos aliados estratégicos en países como Rusia, China, Pakistán e Irán, las sanciones occidentales y el congelamiento de activos del Banco Central han bloqueado canales bancarios cruciales para el desarrollo económico.
En medio de esta crisis, algunos afganos han encontrado razones para el optimismo. Azizullah Rehmati, empresario de 54 años, celebra la seguridad que le permite duplicar la producción de su fábrica de azafrán este año. Sin embargo, la represión de los talibanes sobre las actividades y la educación de las mujeres ha afectado negativamente a muchas empresas, limitando las oportunidades laborales para ellas.
El panorama no es tan favorable para todos. Wahid Nekzai Logari, un exmiembro de la Orquesta Nacional, ha visto cómo su vida y la de su familia han cambiado drásticamente con la prohibición de la música bajo el régimen talibán. Ahora se gana la vida como taxista, un trabajo que le proporciona apenas una quinta parte de los ingresos que obtenía como músico.
En Kabul, Sayeda, una joven de 21 años, dirige un salón de belleza de manera clandestina desde que los talibanes ordenaron el cierre de estos negocios. El miedo a ser descubiertos es constante, y aunque han logrado mantener su equipo, las restricciones han reducido drásticamente su clientela y sus ingresos.
Por otro lado, antiguos combatientes talibanes como Abdul Wali Shaheen, quien cambió el fusil por un ordenador en el Departamento de Información y Cultura de Ghazni, ahora enfrentan nuevos desafíos en sus roles administrativos. Shaheen reconoce que gestionar el país en tiempos de paz es más complicado que la yihad que libraron durante años.
Mientras tanto, el futuro de Afganistán sigue siendo incierto. Aunque la paz ha permitido una aparente estabilidad, las carencias económicas y las restricciones sociales continúan pesando sobre una población que, en su mayoría, solo puede permitirse sobrevivir con lo básico. La esperanza de una mejora tangible en las condiciones de vida sigue siendo un anhelo lejano para muchos.
13/08/2024









