Es cierto que el arte, hoy en día, se define de numerosas maneras, enmarcándose siempre en un contexto, el cual acaba definiendo y condicionando, de diferentes modos, su enfoque y su objetivo. Algunos lo ven como una expresión de la parte más profunda y sensible del ser humano; otros, como el medio que conduce a un fin en una sociedad de deseos e intereses ocultos.
No obstante, si nos trasladamos a fuentes especializadas, nos encontramos con que se trata de una “manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros” (RAE), sin mencionar ninguna finalidad u objetivo concreto en la sociedad.
En esta línea, si atendemos a algunos investigadores de la materia, principalmente sociólogos, críticos del arte y educadores, la función del arte se relaciona con satisfacer las necesidades estéticas de los seres humanos, mediante obras que proporcionen “enriquecimiento espiritual y satisfacción personal a partir de la recreación artística de la realidad en sus diversas formas de expresión”. De hecho, según esta noción, el papel de la educación estética (o apreciación del arte) se considera inseparable de la educación integral del ser humano. Con esto coinciden los grandes pedagogos, independientemente de su posición filosófica, tales como Pestalozzi, Rousseau, Dewey, Kliemberg, Piaget, Vygotsky…, quienes han abogado por la importancia de la educación estética e incluso por su inclusión en los currículos escolares.

Con nuestro artículo de hoy, pretendemos poner de relieve la conexión o la posible vinculación del arte, en cualquiera de sus manifestaciones, con la capacidad de educar, influir e impactar en una sociedad. Para ello, conversamos con Farid Bentria, quien, además de ser el Coordinador de la Fundación Pablo Iglesias, es conocido por su faceta de humanista, escritor y poeta. En sus innumerables obras y escritos, ha destacado su labor en defensa de los derechos humanos, el valor de la interculturalidad y la unión entre los elementos artísticos y culturales de ambas partes del Estrecho.
Con respecto a nuestro tema en cuestión, Bentria señala lo siguiente: “Todo el arte te educa. Cuando Delacroix comienza con el orientalismo, no lo hace como las corrientes orientalistas que vienen después, que son mucho más estereotipadoras. Delacroix te define una realidad. La novia judía de Delacroix es una novia judía de la época, de la zona, pintada de una manera. Luego, el orientalismo hace que a esa mujer de pronto haya que salvarla del hombre local. Además, las definen como vistiendo semidesnudas, muy diferentes a las que llevaban los trajes victorianos. ¿La realidad es que iban semidesnudas? No. ¿La realidad es que hay que salvarlas de sus hombres? No. Además, de golpe, en un momento dado, ese mismo orientalismo decide que el problema de la mujer del mundo árabe-musulmán (que va semidesnuda, exótica y sexualizada) pase a ser el hecho de que va hipervestida. Ya no está hiperdesnuda, sino hipervestida y, por ello, hay que volver a salvarla. Al final, todos son elementos orientalizadores. Es la diferencia entre un gato y el dibujo de un gato. Y hay gente que se atreve a dibujar un gato sin haberlo visto nunca”.
Esto confirma que toda manifestación artística acaba trasladando píldoras de información que educan a la sociedad en la que se transmiten. “Con esto, quiero decir que si creamos serie, que es un proceso creativo, en la que hablamos de lo común y en la que definimos, categorizamos y caracterizamos, de manera muy concreta la imagen de los buenos y los malos, estamos educando al público con esa información”.
Por otra parte, nos interesaba comentar el sentido de la responsabilidad de todos aquellos que tienen voz artística para construir y abatir elementos e imaginarios sesgados. Al respecto, nuestro entrevistado continúa: “Debería ser una obligación el sentido de la educación en el arte. No obstante, ¿hasta qué punto estamos preparados para hacer una pedagogía constructiva? La realidad es que no estamos obligados. Debería ser una responsabilidad y una responsabilidad no es una obligación. ¿Pero realmente estamos preparados? Aquí es importante hablar de las puertas que se nos abren. Te das cuenta de que la primera lucha es contra un imaginario, pero la manera de afrontar ese imaginario es bidireccional, tanto del que mira como del que es mirado. Teniendo en cuenta que el imaginario que prevalece es el que es, siempre te será más sencillo si tú, desde tu realidad, refuerzas el imaginario que otros están intentando modificar a base de esta responsabilidad”.
Con esto, sin duda alguna, es claro el impacto de toda manifestación artística en cualquier tipo de sociedad. De hecho, a día de hoy, incluso puede ser mucho mayor que en cualquier otra época; las redes sociales se han convertido en el mejor aliado. Así pues, a mayor impacto, mayor responsabilidad. Creemos firmemente que la deconstrucción del imaginario “del otro” se puede lograr, pero la construcción “del nuestro” es igual de importante. Para ello, es necesaria la ética y la valoración de las manifestaciones artísticas desde otro enfoque; desde la luz, la búsqueda de lo común y la responsabilidad moral del mensaje aportado.
Equipo de Marruecom
12/07/2024









