14-02-2022
Para Marruecos, la batalla diplomática ha terminado definitivamente. La prueba es que la única perspectiva discutida y considerada hoy es la de la autonomía bajo la soberanía marroquí, dice el politólogo Mustapha Tossa.
Incluso los opositores «encarnizados y engañosos» de ayer lo aceptan hoy, mientras que la legalidad internacional encarnada en la ONU ya no evoca la hipótesis de un referéndum que se ha vuelto «obsoleto e impracticable» con el tiempo, subraya Tossa en un análisis publicado en el medio «Atlasinfo».
Entonces, ¿Qué hacer con el Polisario y sus milicias? ¿Qué hacer con los secuestrados en los campos de Tindouf en Argelia?, se pregunta el politólogo para quien “nunca estas cuestiones habían parecido tan relevantes y tan legítimas». Y por una buena razón: lo que comúnmente se llama “el asunto del Sáhara” se está convirtiendo en un callejón sin salida para el régimen argelino y una gran fuente de ansiedad para la comunidad internacional.
Para Argelia, el caso es complicado y requiere contorsiones cuyo precio político es alto, porque aislado en su «terquedad de apoyar a los separatistas del Polisario, el régimen argelino navega hasta el ridículo en las contradicciones», subraya Tossa, explicando que por un lado su diplomacia aclara que no tiene nada que ver con este conflicto, y por otro su ejército da alojamiento, alimentos y armamento pesado al Polisario.
Por un lado, «el régimen argelino moviliza su arsenal diplomático para vender la quimera separatista, por otro se niega a considerarse actor de esta crisis regional y a participar en las mesas redondas que Naciones Unidas se dispone a organizar para encontrar una salida política a este conflicto», apunta el politólogo.
En términos de pérdidas, prosigue, «el Polisario ya ha actuado como un veneno destructivo para las capacidades argelinas. Su apoyo cuesta mucho a la economía argelina, que podría haber movilizado su riqueza para curar las heridas sociales del ciudadano argelino, la mayoría de cuyos jóvenes sólo tienen como horizonte la mortal travesía del Mediterráneo», señala Tossa.
Además, subraya el politólogo, esta insistencia argelina en aferrarse al Polisario ha provocado un aislamiento sin precedentes del país. Por culpa del Polisario, el régimen argelino se privó de los ingresos que le proporcionaba su gasoducto a Europa, atravesando Marruecos. Desde su abolición, Argelia no solo pierde el dinero que tanto necesita su economía, sino también lo que le queda de credibilidad como Estado, añade el politólogo, señalando que los países europeos, africanos o árabes se lo pensarían dos veces antes de emprender algo estructurante con tal «régimen volátil y cambiante».
Dos ejemplos ilustran esta situación, explica Tossa, a saber, la angustia sorda que se apodera de España y detrás de ella la Unión Europea ante la ligereza, incluso la irresponsabilidad con que se abordan los temas graves, el gas, la inmigración, la inseguridad y la lucha contra el terrorismo.
El segundo es la incapacidad de Argelia para organizar una Cumbre Árabe por las posturas contradictorias, el deseo de navegar contra corriente, de sembrar la discordia, el caos y las rupturas cuando estos países árabes necesitan más que nada la cooperación y la solidaridad, añade el autor.
El politólogo subraya en este sentido que el tiempo se acaba y Argelia está obligada a sumarse a la comunidad internacional en su apoyo a la solución autonómica propuesta por Marruecos.
Si lo hace, no hay riesgo de que se le oponga una revolución popular. El asunto del Polisario nunca ha sido un asunto del pueblo argelino sino un expediente en forma de línea de crédito del ejército argelino, un mapa de presión y desestabilización, señala Tossa.
Un régimen argelino que, además, empieza a sentir el peso de la presión internacional con el inicio de una serie de juicios internacionales contra los líderes criminales argelinos de la década oscura, como ilustra el juicio en Suiza del general Khaled Nezzar, concluye el politólogo.