En el desierto catarí, donde la arena parece diluir el tiempo y los sueños futbolísticos se evaporan con facilidad, un grupo de adolescentes marroquíes decidió escribir su propia leyenda. Los “Leoncillos del Atlas” no solo avanzaron a los dieciseisavos de final del Mundial Sub‑17 de 2025, sino que lo hicieron desafiando todas las probabilidades, los cálculos y, por qué no decirlo, las leyes de la lógica futbolística.
Hasta hace pocos días, todo apuntaba al desastre. Dos derrotas consecutivas —ante Japón (0‑2) y Portugal (0‑6)— habían dejado al combinado de Nabil Baha con un pie fuera del torneo y con el orgullo en terapia intensiva. Pero en el fútbol, la vida siempre concede un último balón al que sabe soñar. Y esos chicos lo patearon con furia, cariño y una pizca de insensatez.
El resultado fue una goleada de otro planeta: 16‑0 frente a Nueva Caledonia. Sí, dieciséis goles. Una cifra más propia de un videojuego que de un Mundial FIFA, y que convirtió al equipo marroquí en noticia mundial. Con ese marcador de vértigo, los jóvenes del Atlas firmaron un nuevo récord histórico: nunca antes, en la categoría Sub‑17, se había anotado una cantidad semejante en un solo partido. El precedente de España (13‑0) cayó, pulverizado.
Aun así, el pase seguía en el aire. Tras la epopeya, los marroquíes dependían de otros resultados, como quien espera el veredicto de los dioses. Finalmente, la derrota del México juvenil frente a Suiza (1‑3) les abrió la puerta definitiva. La diferencia de goles —un milagroso +8— se convirtió en su pasaporte a los dieciseisavos, al ubicarlos entre los ocho mejores terceros del torneo.
El contraste no puede ser más cinematográfico: del colapso a la clasificación en cuestión de horas. Las caras largas de los primeros encuentros se transformaron en risas incrédulas y abrazos desbordantes, y el combinado norteafricano selló una clasificación que trasciende los números. Es una lección sobre resiliencia, espíritu colectivo y esas resurrecciones que solo el fútbol parece permitir.
En Marruecos, los titulares ya los coronan como “una nueva generación dorada”. En Doha, los rivales observan con cautela a un equipo que, de víctima, ha pasado a posible verdugo. Y en las calles de Rabat o Casablanca, los niños sueñan con ser parte del próximo grupo que haga temblar la historia con una pelota humilde y un corazón demasiado grande para su edad.
Porque a veces —como demuestran estos Leoncillos— el fútbol no se juega solo con los pies; también se juega contra la desesperanza. Y ganarle a eso vale mucho más que un marcador de PlayStation.
Mohamed BAHIA
10/11/2025









