La COP30 abrió en Belém envuelta en un contraste incómodo de que cuanto más visibles son los efectos del cambio climático, más parecen diluirse las voces de quienes deberían liderar la respuesta. Sequías, inundaciones récord, contaminación asfixiante y un deshielo sin precedentes marcan el año más cálido registrado, pero menos de 60 líderes mundiales han confirmado su asistencia a esta cita crucial, la primera organizada al borde de la Amazonía.
Entre los ausentes destacan Estados Unidos y China, los dos mayores emisores del planeta, cuya sombra pesa más por lo que no harán que por lo que digan sus delegaciones de segundo nivel. La ubicación de Belém, entre ríos que suben y suelos que se hunden, pretende ser un recordatorio físico de lo que está en juego. El 40% de la ciudad está por debajo del nivel del mar y la mayoría de sus 2,5 millones de habitantes viven en zonas vulnerables. La selva que rodea la cumbre es la misma que ha sufrido una década de deforestación acelerada, la misma que alimenta ciclos de pobreza en comunidades amazónicas y la misma que, según climatólogos, se acerca a un punto de no retorno ecológico. En esta COP, el escenario fue elegido con la intención de presionar por acciones efectivas, pero su llamado ha sido un eco sin respuesta.
El Brasil anfitrión quiere presentar el encuentro como “la COP de la verdad”, aunque la realidad ha incomodado incluso antes de que comenzaran las negociaciones. La reciente aprobación por parte del gobierno sudamericano de un proyecto de perforación petrolera en la desembocadura del Amazonas ha generado protestas de pueblos indígenas y críticas internacionales, evidenciando las contradicciones incluso dentro del Gobierno anfitrión, que mientras aboga por proteger los bosques también permite nuevas actividades extractivas.
La tensión es palpable: más de 3.000 representantes indígenas participan en esta edición, frente a los apenas 170 de Azerbaiyán el año pasado. “Tenemos que estar en la sala, no fuera de ella”, insistió la lideresa peruana Olivia Bisa.
A ello se suma la presión por los compromisos climáticos incumplidos. Diez años después del Acuerdo de París, el planeta se ha calentado ya 0,46 grados adicionales y apenas 60 países presentaron a tiempo sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) para 2035, a pesar de que la ONU instó a enviarlas antes de febrero. Esto significa que solo el 63% de las emisiones globales está cubierto por planes concretos. El retraso no es anecdótico, es el resultado de un problema estructural, ya que el 95% de los gobiernos ignoró la primera fecha límite.
Estas acciones reflejan que la preocupación expresada en discursos, se adormece y contagia de apatía empujada entre excusas, prioridades electorales y un calendario político que corre más rápido que las soluciones medio ambientales. Esto a pesar de su alto impacto social y económico.
La ausencia del presidente estadounidense Donald Trump, quien ha tildado el cambio climático de “fraude” y retirado a su país del Acuerdo de París, marca un vacío político notable. Estados Unidos ha sido históricamente clave para convencer a China en materia de reducción de emisiones y para impulsar la financiación climática destinada a los países más vulnerables. Sin esa presión diplomática, expertos temen que la COP30 derive en una cumbre de buenas intenciones sin fuerza vinculante. Aunque China ha enviado una delegación, Xi Jinping tampoco estará en Belém, un gesto que muchos interpretan como señal de prioridades desplazadas.
Asimismo, los organizadores insisten en que esta será “la COP de la implementación”, más que la del lanzamiento de nuevos tratados. Christiana Figueres, exsecretaria ejecutiva de la Convención Marco de la ONU y una de las arquitectas del Acuerdo de París, fue contundente al asegurar a Euro News que quienes esperan un gran pacto final están “haciendo la pregunta equivocada”. Para ella, la COP30 debería servir para ajustar plazos, corregir desvíos y reforzar los compromisos ya asumidos en París, más que para anunciar promesas que luego no se cumplen. Figueres cuestiona que, con el nivel actual de retrasos, sea posible salir de Belém con compromisos superiores a los ya existentes.
No obstante, aún con la tibieza diplomática, la cumbre abre una ventana de oportunidad. El fondo “Bosques Tropicales para Siempre”, impulsado por Brasil, Indonesia, Noruega y Francia, ha reunido 5.500 millones de dólares en compromisos iniciales y aspira a movilizar hasta 125.000 millones. Su mecanismo, basado en deuda con intereses, pretende invertir la lógica económica de la deforestación que sea más rentable conservar que talar. En este contexto, más de 70 países con grandes extensiones forestales podrán acceder al fondo, pero los pagos se reducirán de forma punitiva por cada hectárea perdida.
Es así, como Belém expone una paradoja que atraviesa toda la discusión climática, pues nunca hubo tanta evidencia científica, tanta destrucción visible ni tantos instrumentos disponibles para actuar, pero tampoco hubo nunca tanta distancia entre lo urgente y lo políticamente posible. La Amazonía, con su fragilidad expuesta frente a los delegados, recuerda la realidad incómoda e ineludible de que los plazos climáticos no se administran en calendarios diplomáticos. La COP30 posiblemente cierre sin grandes acuerdos, mas dejará claro que el tiempo del clima se agota y que parece incompatible con la voluntad de los líderes que deberían frenarlo.
María Angélica Carvajal
10/11/2025









