Las recientes declaraciones del presidente ruso Vladimir Putin encendieron de inmediato las alarmas respecto a un nuevo paso en el tema nuclear. El líder insinuó esta semana que Moscú podría preparar nuevas pruebas nucleares en caso de que Estados Unidos concrete los programas de ensayos anunciados por Donald Trump a inicios de noviembre. La advertencia llega en un momento particularmente delicado, cuando el equilibrio internacional depende aún del cumplimiento del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, un pacto que ambas potencias no han quebrado desde los años noventa.
Putin aseguró que Rusia sigue cumpliendo estrictamente sus compromisos con el TPCE, pero sostuvo que cualquier movimiento de Washington hacia la reanudación de las pruebas obligaría a una respuesta “apropiada y proporcional”. El mandatario reconoció incluso que pidió a los ministerios competentes presentar propuestas coordinadas sobre un eventual inicio de preparativos, aunque el Kremlin insistió que aún no se ha tomado ninguna decisión formal. Su portavoz, Dmitri Peskov, afirmó que Moscú solo está “investigando si es necesario comenzar los preparativos”.
El clima se tensó tras el anuncio de Trump el 2 de noviembre, cuando en una entrevista televisiva para un medio estadounidense afirmó que, si Rusia y China realizaban ensayos secretos, Estados Unidos no podía quedarse atrás. “No quiero ser el único país que no prueba”, dijo en el programa “60 Minutes”, defendiendo la instrucción que dio al Pentágono para iniciar una nueva etapa de pruebas nucleares. Aunque su secretario de Energía habló el mismo día de “pruebas de sistemas” sin detonaciones explosivas, Trump fue directo al afirmar que su país “va a probar armas nucleares como lo hacen otros países”.
La inquietud internacional creció porque ni Rusia ni Estados Unidos han realizado este tipo de pruebas desde principios de los años noventa, lo que ha evitado una escalada en la modernización de sus arsenales estratégicos. La última detonación rusa se remonta a octubre de 1990, mientras que Estados Unidos no ha efectuado una prueba desde 1992. Esa moratoria informal ha sido considerada durante décadas un elemento esencial para frenar una nueva carrera armamentista entre grandes potencias.
La tensión aumentó aún más cuando Putin reveló la reciente prueba del torpedo estratégico Poseidón, un sistema de propulsión nuclear con supuesta capacidad para recorrer más de 9.600 kilómetros. En paralelo, altos funcionarios rusos reforzaron el mensaje de alerta. El ministro de Defensa nortemericano, Andrey Belousov, sostuvo que Estados Unidos está “aumentando activamente sus capacidades ofensivas estratégicas”, citando su retirada de varios acuerdos de control de armas y el desarrollo de nuevas tecnologías. Recalcó además que el centro de pruebas de Novaya Zemlya está plenamente operativo.
Por su parte, el jefe del Estado Mayor ruso, Valery Gerasimov, afirmó que Washington no ha ofrecido explicaciones oficiales sobre las declaraciones de Trump, lo que a su juicio alimenta la percepción de que Estados Unidos se prepara para retomar ensayos en un futuro próximo. Según él, si Rusia no actúa de manera preventiva, “perdería tiempo y oportunidades para responder” en caso de una reactivación estadounidense. Subrayó que los preparativos para un ensayo pueden tomar desde meses hasta varios años, lo cual refuerza la necesidad de planificación anticipada.
Mientras tanto, la comunidad internacional observa con creciente preocupación un escenario en el que las dos principales potencias nucleares vuelven a hablar públicamente de ensayos que se creían superados. El intercambio de advertencias revive temores de una carrera tecnológica nuclear y pone bajo presión los esfuerzos actuales para sostener la estabilidad estratégica global, ya que una reactivación de ensayos nucleares resonaría más allá de Moscú y Washington.
06/11/2025









