El número 115 del boulevard Saint‑Michel, en el histórico Barrio Latino de París, nunca fue una dirección cualquiera. Allí, donde en los años veinte los estudiantes magrebíes soñaron con la independencia de sus países, Marruecos levanta ahora su nueva catedral del soft power: el Centro Cultural del Reino de Marruecos (CCM).
El proyecto, largamente pospuesto y no exento de simbolismo, verá la luz en los próximos meses, coincidiendo —si la diplomacia no introduce un giro de guion— con la visita oficial del rey Mohamed VI a Francia, invitado por Emmanuel Macron.
Un gesto de reconciliación
La inauguración del CCM está pensada como un acto político tanto como cultural. Tras años de frialdad y desencuentros, Rabat y París pretenden escenificar un acercamiento que combine la memoria común con un discurso más sereno sobre la descolonización. En palabras de un asesor del Elíseo citado por fuentes diplomáticas, la efeméride busca “recordar sin resentimiento”.

No se trata sólo de abrir un edificio nuevo, sino de resignificar un espacio histórico. En ese mismo número 115 funcionó desde 1927 la Asociación de Estudiantes Musulmanes Norafricanos, un verdadero laboratorio del nacionalismo magrebí donde coincidieron figuras que luego serían jefes de Estado. Que este lugar se transforme ahora en exposición permanente de arte, literatura y pensamiento marroquí es un mensaje de reconciliación envuelto en mármol, cristal y diplomacia cultural.
Arquitectura con apellidos
El diseño del centro ha sido confiado al arquitecto Tarik Oualalou, figura cercana al poder y orgullo de la nueva generación técnica marroquí. Desde su estudio Oualalou + Choi, dirige también el monumental estadio Hassan‑II de Benslimane y participa en la expansión ferroviaria de alta velocidad hacia el sur del país. Su firma, habituada al hormigón y la escala macro, se enfrenta aquí al desafío de crear intimidad simbólica en la antigua casa del nacionalismo estudiantil.
El encargo tiene, además, un guiño político: Oualalou es hijo del antiguo ministro socialista de Finanzas, Fathallah Oualalou, lo que enlaza el pasado de la izquierda marroquí con el presente cortesano del Makhzen cultural.
Diplomacia con sensibilidad artística
Al frente del futuro centro estará Lamia Radi, diplomática de carrera y rostro de la “tecnocracia ilustrada” marroquí. Bilingüe, o quizá sería más justo decir cuatrilingüe, Radi trae en su biografía los ecos de una generación que combina gestión, cultura y memoria. No es casual: su padre, Abdelouahed Radi, fue secretario general del histórico USFP y presidente del Parlamento.
Su nombramiento simboliza otra reconciliación, más interna: la del Estado con una élite progresista cuya impronta marcó los primeros gobiernos de alternancia de finales de los noventa. Radi encabezó ya proyectos de diálogo intercultural en Marruecos, entre ellos la recuperación del monasterio de Toumliline, foco del encuentro interreligioso en los albores de la independencia.
Entre la herencia y la proyección
El CCM de París nacerá así como una pieza brillante del pujante “poder blando” marroquí, empeñado en tejer relaciones a través de la cultura antes que de los comunicados diplomáticos. Exhibiciones de arte contemporáneo, residencias de creadores, debates sobre identidades africanas y mediterráneas: todo parece apuntar a un espacio que combine la elegancia parisina con la calidez de Fez.
El número 115 vuelve, casi un siglo después, a su vocación original: ser laboratorio de ideas. Pero esta vez las independencias ya no se escriben con manifiestos, sino con catálogos de arte, proyecciones de cine y aromas de té a la menta servidos en porcelana parisina.
En el fondo, lo que Marruecos reconstruye en el boulevard Saint‑Michel no es sólo un edificio, sino una narrativa compartida: la de un país que, sin renegar de su pasado militante, escoge contarlo desde la serenidad y la estética. Porque, al fin y al cabo, hasta la diplomacia —cuando tiene buena arquitectura— puede ser también una forma de poesía.
05/11/2025









