En la ciudad que no duerme, la política tampoco ha descansado. Nueva York se prepara para unas elecciones municipales que rompen moldes y se viven con un aire de ruptura generacional. A tres días de la votación, el nombre que domina las avenidas y los cafés neoyorquinos no es el de un viejo conocido, sino el de un rostro nuevo: Zohran Mamdani, el joven socialista del Queens que amenaza con desbancar a los referentes de la vieja guardia.
Nacido en Uganda, de origen indio y naturalizado estadounidense apenas en 2018, Mamdani simboliza lo que el propio Nueva York aspira a representar: diversidad, movilidad social y un inconformismo contagioso. Su irrupción política es un fenómeno que trasciende la ciudad. Con el respaldo inequívoco de Bernie Sanders y la simpatía de los votantes menores de cuarenta, su campaña ha mutado en una especie de revolución de barrio a barrio. Noventa mil voluntarios han tocado puertas desde Harlem hasta Staten Island, repitiendo un eslogan que ya resuena más allá de Manhattan: La ciudad es del pueblo, no de las élites.
Sus promesas, aunque clásicas en el discurso progresista, se diferencian por el tono y el contexto: controlar el precio del alquiler, mejorar la seguridad sin militarizar los vecindarios y recuperar la confianza entre ciudadanos y administración. En una metrópoli que lidia con la desigualdad más cruda —donde el metro es metáfora de movilidad ascendente y de abismo al mismo tiempo—, su mensaje no parece utópico, sino urgente.
En segundo lugar, muy lejos del entusiasmo callejero, se encuentra Andrew Cuomo, un nombre que evoca otra era. Gobernador durante una década, heredero de una dinastía política y protagonista —para bien y para mal— de la gestión del Covid-19, intenta rehacer su destino. Caído por escándalos sexuales y relegado por su propio partido, volvió a presentarse como independiente, buscando redención. Asegura que su experiencia es el antídoto contra el “idealismo ingenuo” de Mamdani. Pero los votantes parecen más seducidos por la energía de lo nuevo que por la nostalgia de lo familiar.
El tercer candidato, Curtis Sliwa, juega otro papel: el del outsider conservador con alma de justiciero urbano. Fundador del movimiento Guardian Angels y fácilmente reconocible por su icónico béret rojo, Sliwa canaliza un malestar distinto: el del neoyorquino cansado de teorías políticas y ansioso por soluciones prácticas frente a la inseguridad, los sintecho o la inflación diaria. Aunque su porcentaje ronda apenas el 20%, su voz aporta un contrapunto que recuerda a los tiempos del Giuliani mediático, cuando el populismo local se construía a golpe de micrófono de radio.
Más allá de la competencia electoral, esta contienda simboliza tres visiones del alma neoyorquina: el idealismo inclusivo de Mamdani, la nostalgia institucional de Cuomo y el populismo callejero de Sliwa. El próximo 4 de noviembre, al cerrar las urnas, Estados Unidos sabrá si la capital simbólica del capitalismo global elige, por primera vez, a un alcalde socialista, musulmán y nacido fuera del país.
Si las encuestas aciertan, Nueva York volverá a hacer historia —no como la ciudad que marca tendencia, sino como la que se atreve a redefinirla.
04/11/2025









