El verano de 2025 dejó una marca devastadora en Europa: al menos 16.500 muertes adicionales vinculadas directamente al calor extremo, según un nuevo análisis de expertos del Imperial College de Londres y la London School of Hygiene & Tropical Medicine. El estudio, que abarcó 854 ciudades y atribuye el 68% de las 24.400 muertes en exceso al impacto del cambio climático, al elevar la temperatura media hasta 3,6°C. Y lo más alarmante, advierten los investigadores, es que esta cifra representa apenas una fracción, ya que el análisis solo contempló al 30% de la población del continente.
El calor extremo golpeó con mayor dureza a países como Rumanía, Bulgaria, Grecia y Chipre, donde una sola ola de calor en julio dejó cerca de 950 víctimas. Roma, Atenas y Bucarest registraron la mayor mortalidad per cápita, reflejando no solo la crudeza del clima, sino también factores como la densidad poblacional, la contaminación atmosférica y la falta de preparación urbana. Italia encabezó la lista con 4.597 muertes atribuibles al calor, seguida por España con 2.841, Alemania con 1.477 y Francia con 1.444, evidenciando que ninguna de las principales economías europeas pudo escapar del golpe mortal del calentamiento global.
Sin embargo, el impacto no se limitó a la salud. Según un estudio de la Universidad de Mannheim en colaboración con el Banco Central Europeo, las olas de calor, inundaciones y sequías de este verano 2025 afectaron a una cuarta parte de las regiones de la UE, ocasionando pérdidas inmediatas de al menos 43.000 millones de euros. Pero, las proyecciones empeoran al aproximar que los daños acumulados podrían alcanzar los 126.000 millones de euros de aquí a 2029, poniendo en jaque sectores estratégicos como la agricultura, la energía y el turismo.
Debe de tomarse en cuenta que cada año, las olas de calor son más intensas, más largas y más mortíferas. En comparación con estudios previos, se estima que el cambio climático podría haber triplicado el número de víctimas mortales solo en la ola de calor de julio pasado. No obstante, pese a la contundencia de los datos, las respuestas políticas siguen ancladas en discursos, sin acciones inmediatas que traduzcan compromisos climáticos en medidas palpables de adaptación y mitigación.
Entre 2020 y 2025, Europa ha registrado un aumento sostenido de las temperaturas medias, con incrementos de entre 0,8 y 1,2 °C en distintas regiones, según datos de los servicios meteorológicos europeos. Este calentamiento se ha traducido en veranos más largos, que hoy se extienden en promedio casi un mes más que hace dos décadas, y en olas de calor más frecuentes y prolongadas.
Si en 2020 la duración media de una ola de calor era de 5 a 7 días, en 2025 ya se registran episodios que superan las dos semanas, con temperaturas que alcanzan hasta 6 °C por encima de la media histórica. Esta transformación de los patrones estacionales no solo agrava el impacto sobre la salud pública, sino que también compromete la agricultura, el suministro de agua y la resiliencia energética del continente.
De esta manera, la falta de planes de contingencia claros en muchas ciudades europeas ha dejado en evidencia la vulnerabilidad de la población, en especial los ancianos, niños y personas con enfermedades crónicas. Los expertos insisten en que las soluciones no pueden esperar y se requieren inversiones urgentes en infraestructura verde, sistemas de alerta temprana, adaptación urbana y reducción de emisiones, si Europa pretende evitar que cada verano se convierta en una tragedia anunciada.
El verano de 2025 ha sido un espejo implacable de la fragilidad europea ante el cambio climático. Las muertes, las pérdidas económicas y el colapso de sistemas básicos dejaron de ser advertencias para convertirse en una realidad que requiere acciones inmediatas y ya no planes a largo o mediano plazo, puesto que el tiempo para discutir y proponer ya se agotó y ahora urgen medidas efectivas.
17/09/2025
María Angélica Carvajal