En una época en la que los discursos sobre cooperación africana suelen quedarse en el papel, Marruecos y Senegal parecen decididos a convertirlos en hechos. La reunión celebrada en Rabat entre el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, Nasser Bourita, y su homólogo senegalés, Cheikh Niang, no fue un mero ejercicio de cortesía diplomática. Fue la confirmación de un binomio político que entiende el desarrollo continental como un proyecto común, pragmático y, sobre todo, africano.
Senegal destacó con énfasis las iniciativas del rey Mohammed VI orientadas a la transformación del continente, desde la promoción de un islam moderado y dialogante hasta la apuesta por una integración económica y energética real. En su declaración conjunta, ambos países remarcaron la necesidad de construir un espacio atlántico‑africano que sea motor de crecimiento compartido y estabilidad.
El proyecto de gasoducto Nigeria‑Marruecos, que atravesará Senegal en su trayecto hacia el norte, fue presentado como ejemplo tangible de cooperación Sur‑Sur. No se trata solo de una infraestructura energética; es una arteria que pretende conectar economías, estimular industrias locales y consolidar una autonomía continental que empiece por el suministro propio de energía.
Marruecos impulsa además una iniciativa estratégica: abrir una salida al océano Atlántico para los países sahelianos sin litoral. Detrás del lenguaje técnico se esconde una ambición geoeconómica precisa: romper el aislamiento logístico del interior africano y ofrecer nuevas rutas de exportación e intercambio. Senegal comparte esa visión y anuncia su disposición a participar activamente en la coordinación con otros Estados del Sahel.
La sintonía entre Rabat y Dakar no es nueva, pero sí se muestra más firme ante los desafíos regionales. Ambas capitales comparten posiciones sobre las crisis africanas, defendiendo resoluciones pacíficas, el respeto a la soberanía de los Estados y la integración política del continente. La claridad de esa coincidencia les otorga un rol de mediadores naturales en los debates sobre seguridad y estabilidad africanas.
No es exagerado afirmar que Senegal y Marruecos encarnan hoy una de las alianzas más sólidas del eje atlántico africano. Su cooperación combina pragmatismo económico y afinidad política, envuelta en un tono de confianza que rara vez se ve en el tablero diplomático continental. En tiempos donde África busca levantar su voz sin tutelas ajenas, la relación entre Rabat y Dakar se perfila como un ejemplo de cómo dos Estados pueden construir un puente sobre el Atlántico… sin levantar muros de desconfianza. Ese es quizá el mensaje más poderoso que deja la cita de Rabat: que el futuro africano no se decretará desde fuera del continente, sino desde las orillas que lo miran con la misma esperanza.
10/11/2025









