Marruecos vuelve a situarse en el radar de las transformaciones económicas globales, esta vez de la mano de la transición energética. Según el más reciente “Greenplexity Index”, elaborado por la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard, el país subió trece posiciones en el ranking mundial de naciones que están configurando el nuevo mapa de las industrias verdes. Con el puesto 58 a nivel global y el segundo en África –solo por detrás de Túnez–, el Reino consolida su lugar como uno de los actores emergentes del desarrollo sostenible.
El índice, que mide la complejidad y diversidad de cada economía dentro de las cadenas de valor ecológicas —desde minerales críticos y equipamiento energético hasta tecnologías limpias—, busca identificar qué países están mejor posicionados para beneficiarse del proceso global de descarbonización. Como subrayan los autores del informe, las economías con presencia “diversificada y sofisticada” en este tipo de sectores no solo reducirán su propia huella de carbono, sino que también proveerán al mundo de los insumos necesarios para hacerlo.
En la práctica, esto significa que Marruecos, que ha arraigado su política industrial en torno a las energías renovables y la manufactura de componentes verdes, está comenzando a capitalizar una década de inversión estratégica. Desde los megaproyectos solares en Uarzazat hasta los desarrollos de energía eólica en Tarfaya y los planes para fabricar baterías y vehículos eléctricos, el país parece decidido a ocupar un nicho de “productor verde intermedio” entre Europa, África y América Latina.
El ascenso marroquí en el “Greenplexity Index” no solo refleja un buen desempeño técnico, sino un cambio de modelo. Como explica Ricardo Hausmann, director del Laboratorio de Crecimiento de Harvard, “los países con una participación compleja y múltiple en las cadenas de valor verdes son los que más posibilidades tienen de crecer en un mundo que elimina progresivamente el carbono”. En otras palabras, Marruecos no busca descarbonizarse en solitario; busca convertirse en un proveedor estratégico del nuevo paradigma energético global.
El informe también lanza una advertencia implícita: mientras potencias tradicionales como Japón y Alemania siguen liderando, naciones de tamaño medio —como Panamá, Brasil, Indonesia o el propio Marruecos— están avanzando con notable rapidez. Al otro extremo, algunos países productores de energía fósil o exportadores de materias primas han quedado rezagados, incapaces de integrarse en las cadenas de suministro que alimentarán la economía verde.
En el contexto africano y árabe, la trayectoria marroquí adquiere un valor político adicional. Se trata de un modelo de diversificación económica en una región aún marcada por la dependencia de los combustibles fósiles. El desarrollo de industrias limpias se convierte así en una herramienta de soberanía tecnológica y de diplomacia internacional: reducir la vulnerabilidad energética y, simultáneamente, posicionarse como aliado confiable en la estrategia climática global.
En un planeta que corre contra el reloj del calentamiento global, el caso marroquí ilustra una máxima que las grandes economías empiezan a redescubrir: el futuro no será de quienes solo consuman energía limpia, sino de quienes sepan producirla, venderla y exportar conocimiento en torno a ella. Marruecos, discretamente pero con paso firme, parece haber entendido la lección.
07/11/2025









