Francia y Marruecos, una alianza que se renueva en el Sáhara
Rabat amanecía luminosa, con ese resplandor dorado que anuncia tanto el cambio de estación como el cambio de época. En los micrófonos de Chaîne Inter Matin, el embajador francés Christophe Lecourtier no hablaba sólo como diplomático: hablaba como testigo de un momento que, según sus palabras, “marcará generaciones”. Francia, decía, se reconoce “feliz y comprometida” con el giro histórico que supuso el reciente respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU al plan de autonomía marroquí para el Sáhara.
Esa posición no surgió de la nada. Lecourtier recordaba con una convicción casi pedagógica que París fue el primer país en apoyar la propuesta de Rabat en 2007, manteniendo una constancia que él describió con una metáfora deportiva: “En esta carrera de fondo, la paciencia y la determinación han pagado”. Durante los últimos meses, Francia habría redoblado esfuerzos diplomáticos, “mujándose la camisa”, según su propia expresión, para consolidar el consenso internacional.
Más allá del lenguaje político, la entrevista destilaba un tono humanista y profundamente simbólico. El embajador evocó la nueva festividad nacional marroquí declarada el 31 de octubre, el Aïd al-Wahda o “Fiesta de la Unidad”, una fecha que, prometió, “recordará cada año, hasta su último aliento”. Sus palabras no sonaron a protocolo: sonaron a homenaje.
Detrás del discurso oficial, asomaba una visión estratégica de largo aliento. Francia pretende acompañar a Marruecos no solo en la cuestión del Sáhara, sino en la gran transformación africana que se perfila en el horizonte: la estabilidad del Sahel, la cooperación euromediterránea, el desarrollo industrial y energético del continente. Lecourtier habló de una “comunidad de destino” entre ambos países, idea que ya había resonado durante la reciente visita de Estado entre Rabat y París. “Somos más fuertes juntos que separados”, insistió, y la frase quedó flotando en el aire como una síntesis del momento geopolítico actual.
El tema económico, por supuesto, no quedó fuera. Interrogado sobre el Sáhara, el embajador explicó que Francia ya no establece distinciones territoriales dentro del mapa marroquí en su acción de cooperación: los mismos programas educativos, culturales y financieros se aplican de Tánger a Dajla. Las empresas francesas —desde las vinculadas a infraestructuras hasta las energéticas— comienzan a mirar hacia el Sáhara no solo como territorio de inversión, sino como puente natural hacia África occidental. “Allí se dibuja un destino no sólo marroquí, sino africano”, subrayó, con la calma de quien percibe una estrategia global bajo aparente detalle regional.
El tono final del encuentro fue una declaración de confianza. “El mundo que se construye aquí —dijo el embajador— es un mundo de esperanza; en Francia y en Europa necesitamos de esa esperanza.” Una frase que resume bien la lógica de la nueva etapa: una alianza que deja de mirar al pasado para convertirse, con elegancia y convicción, en un proyecto compartido de futuro, fuerte y sereno, al ritmo de dos naciones que parecen haber redescubierto su armonía.
05/11/2025









