El gobierno de Nigeria se ha visto obligado a desplegar cintura diplomática luego de las explosivas declaraciones de Donald Trump, quien afirmó estar preparando una posible “intervención militar” si Abuja no pone fin, según él, a una supuesta persecución contra los cristianos en el país. El presidente nigeriano Bola Tinubu reaccionó con serenidad medida —una de esas virtudes que los diplomáticos suelen confundir con respiración profunda— y propuso un encuentro directo con su homólogo estadounidense “para aclarar los malentendidos”.
La tormenta se desató el sábado, cuando Trump, fiel a su estilo sin subtítulos, acusó a las autoridades nigerianas de “tolerar los asesinatos de cristianos”. Sus mensajes, cargados de tono apocalíptico y promesas de una “respuesta rápida y feroz”, resonaron entre los sectores evangélicos conservadores de Estados Unidos, que desde hace años utilizan el tema de la libertad religiosa como bandera política.
Para el gobierno de Abuja, la acusación carece de sustento. Las autoridades insisten en que la violencia que azota zonas del norte no tiene una motivación religiosa exclusiva, sino que es producto de un complejo mosaico de conflictos: tensiones étnicas, disputas por tierras y la insurgencia terrorista de Boko Haram. “Nuestro país combate el terrorismo sin distinción de fe o comunidad”, reiteró la presidencia en un comunicado que suena tanto a defensa como a recordatorio de soberanía.
Aun así, Tinubu intentó quitar dramatismo. “Donald Trump tiene su propio estilo de comunicación”, explicó su portavoz, con una diplomacia que rozó el arte del origami: doblar una crisis hasta transformarla en una invitación al diálogo. El gobierno nigeriano se declaró abierto al apoyo estadounidense en la lucha contra el extremismo, siempre y cuando —subrayó con gesto firme— “se respete la integridad territorial de Nigeria”.
Detrás del ruido se esconde una vieja corriente de presión política dentro de Estados Unidos. Desde finales de los noventa, grupos religiosos conservadores promovieron la llamada Ley de Libertad Religiosa Internacional, que obliga a Washington a evaluar el respeto a los credos en su política exterior. En la práctica, esa normativa se ha convertido en un poderoso instrumento simbólico que fusiona fe, geopolítica y votos.
Analistas recordaron que ninguna disposición de esa ley autoriza represalias militares por violaciones a la libertad religiosa. Lo de Trump, más que política exterior, parece un episodio de geopolítica de campaña: un intento de reafirmar la narrativa del “salvador de los cristianos perseguidos”, muy apreciada por su base electoral.
Por ahora, Washington guarda silencio sobre la propuesta de reunión. En Abuja, los observadores locales la ven como un recordatorio de que, en tiempos de diplomacia mediática, una conversación directa siempre vale más que un tuit amenazante.
Y mientras ambos presidentes miden palabras y gestos, Nigeria sigue lidiando con su desafío real: garantizar la coexistencia de más de 200 millones de personas, muchas religiones y un solo Estado que, a fuerza de pragmatismo, prefiere apagar fuegos reales antes que los virtuales.
03/11/2025









