Emmanuel Macron acaba de alcanzar un récord que ningún presidente francés desea ostentar: el peor nivel de popularidad en toda la historia de la Quinta República. Según el barómetro político de Le Figaro Magazine, solo un 11 % de los franceses aprueba hoy su gestión. Una cifra simbólicamente devastadora: iguala el mínimo histórico de François Hollande en 2016, justo antes de que la debacle lo empujara a no presentarse a la reelección.
El desgaste se ha acelerado: Macron ha perdido cinco puntos en apenas un mes, una caída tan abrupta como reveladora del clima social. Aunque conserva el respaldo del 71 % de los simpatizantes de su partido, Renaissance, su influencia en el espacio centrista se diluye con rapidez. Incluso dentro de la llamada “coalición presidencial” —que reúne a Renaissance, MoDem y Horizons— su aprobación conjunta apenas llega al 53 %, y entre los votantes conservadores de Les Républicains se reduce a un exiguo 14 %.
Mientras tanto, su primer ministro, Sébastien Lecornu, experimenta la tendencia inversa. Su popularidad ha subido cinco puntos gracias, sobre todo, al apoyo de ese electorado centrista que aún confía en cierta estabilidad institucional, e incluso a una minoría de votantes socialistas y republicanos reconciliados —al menos temporalmente— con su estilo discreto. Los analistas, sin embargo, advierten: “Es un ascenso frágil, sostenido más por la calma que por el carisma”.
El golpe para Macron no proviene de un escándalo puntual, sino de un cansancio generalizado. Tras dos mandatos marcados por protestas, crisis sucesivas —de los “chalecos amarillos” a la reforma de las pensiones— y una sensación de desconexión entre el Palacio del Elíseo y la calle, el presidente paga el precio político de haber querido ser el rostro del centro moderado sin lograr convencer ni a la derecha ni a la izquierda.
El último sondeo del instituto Ifop, publicado por Le Journal du Dimanche, confirma la tendencia: apenas un 16 % de los franceses declara estar satisfecho con la labor del presidente. Solo Hollande llegó más abajo, con un 13 % en el ocaso de su mandato.
Frédéric Dabi, director general de Ifop, resumió el momento con una frase quirúrgica: “La imagen de Sébastien Lecornu es hoy el espejo invertido de la de Emmanuel Macron.”
En otras palabras, donde el primer ministro proyecta orden y sobriedad, el presidente transmite distancia y fatiga. Y en un país políticamente volátil, esa diferencia puede resultar letal.
A un año del final de su mandato, Macron se enfrenta a su desafío más complejo: gobernar un país que ya parece haber pasado página sin él. En el teatro siempre refinado de la política francesa, ningún aplauso suena más fuerte que el del desinterés.
03/11/2025






									 
					


