El rojo ya no es solo color de fresa en Marruecos. En los últimos años, la geografía agrícola del país se ha transformado silenciosamente, y hoy las estrellas del campo son otras: la frambuesa y el arándano. Con una demanda europea en alza y márgenes que seducen a los productores, la revolución de los frutos rojos avanza al ritmo de los contenedores que salen hacia el norte del Mediterráneo.
Según datos del sector, la temporada 2024-2025 marcó un nuevo récord: 64.400 toneladas de frambuesas frescas salieron de los campos marroquíes hacia los mercados internacionales, generando ingresos por 487 millones de dólares. El resultado no solo confirma la buena salud del sector, sino que consolida a la frambuesa como el segundo producto agrícola de exportación del país, justo detrás del omnipresente tomate.
“La frambuesa y el arándano expresan una nueva etapa del modelo agrario marroquí: más tecnológico, más rentable y mejor integrado en las cadenas internacionales”, explica Nabil Belmkaddem, director de la cooperativa BestBerry y una de las voces más escuchadas del sector. Según él, el desplazamiento de los cultivos no debe leerse como el ocaso de la fresa, sino como una adaptación lógica a las necesidades del mercado y a los desafíos del clima.
Y es que la fresa marroquí —jugadora histórica en el tablero europeo— empieza a ceder terreno ante cultivos que requieren menos tecnicidad, permiten cosechas más duraderas y ofrecen rendimientos más estables. En paralelo, la ampliación de zonas agrícolas hacia nuevas regiones, como Dajla o ciertas áreas del Atlas, garantiza un suministro casi continuo durante todo el año. El proyecto de irrigación mediante agua desalinizada en Dajla, por ejemplo, es símbolo de una política agrícola que busca independencia del calendario climático y sostenibilidad en el largo plazo.
El vínculo con Europa sigue siendo el eje neurálgico: la mayor parte de los insumos, las infraestructuras de producción y los mercados de destino provienen o se dirigen al continente vecino. Las ventajas comparativas de Marruecos —proximidad geográfica, clima templado durante el invierno europeo y mano de obra experimentada— refuerzan su posición estratégica.
Sin embargo, no todo es dulzura. El cambio climático actúa como un adversario imprevisible: sequías prolongadas, olas de calor cada vez más extremas y tormentas fuera de temporada afectan los rendimientos. A esto se suman la presión parasitaria, la escasez de trabajadores agrícolas —paradójicamente causada por la expansión de los cultivos— y el aumento de los costos, impulsado por la inflación y por exigencias fitosanitarias más estrictas.
Pero el sector de los frutos rojos marroquí no se rinde fácilmente. Entre la innovación genética, la mejora de los sistemas de riego y la diversificación de variedades, el país se reconfigura como un laboratorio agrícola a cielo abierto. “La clave está en innovar sin perder el pulso del mercado”, apunta Belmkaddem.
Hoy, Marruecos no solo exporta fruta: exporta una manera de reinventar su agricultura frente a los desafíos del siglo XXI. En cada cosecha de frambuesas o arándanos, late una historia de cambio estructural, de adaptación y de ambición global. El verdadero fruto de esta transformación no está solo en los números de exportación, sino en la madurez de un sector que ya entiende que competir es también anticiparse.
07/10/2025