En un acto que ya se ha convertido en un predecible ritual diplomático, Estados Unidos vuelve a aislarse para proteger a Israel en el Consejo de Seguridad, ignorando un clamor internacional que ahora se nutre de una declaración de hambruna y una acusación de genocidio.
Fue un ritual diplomático con un guion predecible y un desenlace conocido de antemano. Por sexta vez en dos años de un conflicto devastador, la mano alzada de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU bastó para silenciar las voces de los otros 14 miembros y demoler una nueva resolución que exigía lo que el resto del mundo considera una urgencia humanitaria: un alto el fuego inmediato en Gaza.
La votación del jueves 18 de septiembre no fue una sorpresa, pero sí una confirmación contundente del profundo aislamiento de Washington en este tablero. Mientras el texto, respaldado por una abrumadora mayoría, pedía el cese de las hostilidades, la liberación de los rehenes y el acceso sin restricciones de la ayuda humanitaria, la delegación estadounidense activó su poder de veto, el arma que ha convertido al máximo órgano de decisión mundial en un foro paralizado.
El argumentario de Washington, expuesto por la diplomática Morgan Ortagus, se mantiene inalterable, casi como un mantra recitado para justificar lo que gran parte de la comunidad internacional considera injustificable. La resolución, según EE.UU., «falla en reconocer la realidad sobre el terreno» al no condenar explícitamente a Hamás. Insisten en que la única salida viable al conflicto es la rendición del grupo islamista y que el flujo de ayuda humanitaria ha aumentado, una afirmación que choca frontalmente con los informes de sus propias agencias aliadas.
Pero más allá del resultado, lo que se percibe en los pasillos de Nueva York es la erosión terminal de la credibilidad del Consejo. La frustración, que en vetos anteriores se manifestaba con murmullos diplomáticos, se ha convertido en un clamor explícito. Los otros 14 miembros, incluyendo aliados tradicionales de EE.UU., ya no ocultan su impotencia y su indignación ante la incapacidad del sistema para ejercer una presión real sobre Israel y detener lo que se describe unánimemente como una carnicería.
Este último veto no se produce en el vacío. Llega en un momento de máxima tensión, apenas unas semanas después de que la propia ONU declarara oficialmente el estado de hambruna en Gaza el pasado 22 de agosto, atribuyendo la responsabilidad directa al Estado hebreo por el bloqueo de la ayuda.
A esta catástrofe humanitaria, documentada y declarada, se suma una acusación de una gravedad sin precedentes: un informe de una comisión de investigación internacional, mandatada por la ONU, ha acusado a Israel de «cometer un genocidio», afirmando que se cumplen cuatro de los criterios necesarios para tal calificación, cuando uno solo habría bastado.
La próxima semana, los líderes mundiales se congregarán en esta misma ciudad para la cumbre anual de la Asamblea General. Se hablará de Gaza, sin duda. Se pronunciarán discursos y se harán llamamientos urgentes. Pero la decisión de Washington ya ha dejado un mensaje claro: mientras la diplomacia global busca salidas, Estados Unidos seguirá siendo el inamovible muro de contención de su aliado, sin importar el coste político o el eco de una catástrofe que el mundo observa, en directo y con impotencia.
19/09/2025