París suspende la cooperación antiterrorista y expulsa a diplomáticos malienses en una escalada que certifica la muerte de su alianza histórica y la consolidación de la junta militar en la órbita de Moscú.
El comunicado fue frío, casi burocrático, pero su significado resuena como un portazo histórico en el Sahel. Francia ha suspendido su cooperación antiterrorista con Malí y ha ordenado la expulsión de dos de sus diplomáticos. A primera vista, es la respuesta a la detención de un funcionario consular francés en Bamako el pasado agosto, acusado de espionaje. En realidad, es el epílogo de una ruptura anunciada, el acto final de un divorcio geopolítico que reconfigura por completo el mapa de poder en África Occidental.
La detención del diplomático francés fue la gota que colmó el vaso de una relación ya hecha añicos. Para la junta militar de Bamako, liderada por el coronel Assimi Goïta, la acusación de que el funcionario trabajaba para la inteligencia francesa y que «potencias extranjeras» buscan desestabilizar el país es una narrativa perfecta para consumo interno. Consolida su imagen de soberanía recobrada y justifica su giro estratégico.
Para París, la maniobra es una afrenta intolerable. La exigencia de liberación inmediata, amparada en la inmunidad diplomática, ha sido ignorada, llevando al Elíseo a un pulso diplomático de alto voltaje. La expulsión de los diplomáticos malienses y, más importante aún, el cese de toda colaboración en la lucha contra el terrorismo, no es solo una represalia; es el reconocimiento de un fracaso. Es la admisión de que Francia ya no tiene influencia, ni socios fiables, en el país que fue el epicentro de su estrategia de seguridad regional durante una década.
Este colapso no ha ocurrido en el vacío. Es la consecuencia directa del ascenso al poder de una junta militar que, tras dos golpes de Estado, ha desmantelado metódicamente la herencia de la antigua potencia colonial. Las tropas francesas de la operación Barkhane fueron expulsadas, la desconfianza hacia Occidente se convirtió en política de Estado y se abrió la puerta a un nuevo y pragmático aliado: Rusia. La imagen del coronel Goïta junto a Vladímir Putin en el Kremlin es mucho más que una foto protocolaria; es el acta fundacional del nuevo orden en Malí.
La decisión de Francia de amenazar con «otras medidas» si su ciudadano no es liberado rápidamente sugiere que la escalada podría continuar. Pero en el gran tablero, la partida parece decidida. París ha perdido a su principal ancla en el Sahel, y Bamako ha apostado su futuro a la carta de Moscú, un socio menos preocupado por los derechos humanos y los procesos democráticos.
Lo que se juega en este enfrentamiento va más allá de un incidente consular. Es la batalla por la influencia en una de las regiones más inestables del planeta, donde grupos vinculados a Al Qaeda y al autoproclamado Estado Islámico continúan su avance. Francia se retira, humillada y frustrada. Rusia, a través de sus contratistas y su diplomacia, ocupa el espacio cedido. La expulsión de unos diplomáticos es solo el símbolo visible de una falla tectónica que ya ha cambiado la geografía del poder.
19/09/2025