La ya tensa relación entre Estados Unidos y Venezuela ha entrado en una nueva fase, caracterizada por una intensa campaña de presión psicológica que busca desestabilizar al régimen de Nicolás Maduro. Más allá de las tradicionales sanciones económicas y el apoyo a la oposición, Washington ha desplegado una estrategia de intimidación basada en mensajes amenazantes, despliegue militar en la región y acciones selectivas que buscan generar incertidumbre y desconfianza dentro del círculo de poder chavista.
La escalada se ha hecho evidente en las últimas semanas, tras incidentes como los ataques a embarcaciones presuntamente vinculadas al narcotráfico en el Caribe, operaciones que, según la Casa Blanca, fueron llevadas a cabo en defensa propia. Sin embargo, el gobierno venezolano ha denunciado estas acciones como una agresión militar y una violación de su soberanía. La ambigüedad de la administración estadounidense, al no ofrecer detalles precisos sobre los incidentes y al mantener una fuerte presencia naval frente a las costas venezolanas, ha contribuido a crear un clima de tensión y paranoia.
Analistas como Franklin Mora, exfuncionario del Departamento de Defensa de EE.UU., en entrevista en CNN en español, consideran que el despliegue militar en el Caribe no es suficiente para una invasión a gran escala, sino que se trata de una «operación psicológica que trata de intimidar e incentivar a los militares a que saquen a Maduro del poder». En su opinión, EE.UU. podría estar buscando operaciones quirúrgicas para la destrucción de pistas clandestinas utilizadas por el narcotráfico, en lugar de la intercepción de barcos, ya que la principal vía de salida de drogas desde Venezuela es la aérea.
La narrativa intimidatoria se ha intensificado con declaraciones de figuras políticas estadounidenses, como los senadores Bernie Moreno y Mario Díaz Belart, quienes han lanzado advertencias directas a Maduro, sugiriendo que su tiempo en el poder está llegando a su fin y que enfrenta un futuro sombrío. La respuesta chavista no se ha hecho esperar. Diosdado Cabello, una de las figuras más influyentes del régimen, ha advertido que cualquier ataque contra el gobierno venezolano tendrá consecuencias para la líder opositora María Corina Machado.
Esta guerra de nervios, como la ha calificado el propio Cabello, se basa en «mentiras, manipulaciones y fake news, buscando dividir las fuerzas internas». El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, quien parece haber asumido un papel central en la política de Washington hacia Venezuela, ha calificado a Maduro de «criminal» y «fugitivo de la justicia estadounidense».
Ante esta creciente presión, el gobierno venezolano ha respondido exhibiendo su fuerza militar y movilizando a la población civil. Imágenes de milicianos empuñando fusiles y recibiendo entrenamiento militar circulan en los medios oficiales, en un intento por demostrar la determinación del régimen a defenderse de cualquier agresión. Maduro ha aparecido en medio de formaciones militares masivas, mientras que su ministro de Defensa, Vladimir Padrino, ha anunciado el despliegue de tropas hacia las principales fronteras del país.
Este despliegue incluye la movilización de más de 8 millones de milicianos, ciudadanos comunes que reciben entrenamiento militar básico. El gobierno también ha denunciado un aumento en los vuelos de espionaje estadounidenses sobre el territorio venezolano, intensificando la retórica antiimperialista y acusando a Washington de preparar una agresión militar.
En este clima de tensión y paranoia, la comunidad internacional observa con preocupación el deterioro de la situación en Venezuela. La campaña de presión psicológica liderada por Estados Unidos, si bien puede buscar desestabilizar al régimen de Maduro, también corre el riesgo de agravar la crisis humanitaria y de provocar una escalada de violencia con consecuencias impredecibles. La diplomacia y el diálogo se presentan como las únicas vías para superar esta crisis y construir un futuro de paz y estabilidad para el pueblo venezolano.
17/09/2025