Decenas de miles de israelíes han salido a las calles desde el sábado anterior y durante esta semana para exigir la renuncia del primer ministro Benjamin Netanyahu, acusándolo de priorizar su supervivencia política sobre la vida de los rehenes en Gaza y la estabilidad del país.
Las protestas, entre las más grandes desde el inicio de la guerra, estallaron después de que Netanyahu rompiera el frágil alto al fuego con Hamás el pasado 19 de marzo, reiniciando los bombardeos en Gaza que ya han dejado más de 500 palestinos muertos, incluidos 270 niños, en solo cinco días. Sin embargo, el descontento no se centra en las víctimas palestinas, sino en lo que los manifestantes ven como una estrategia calculada de Netanyahu para mantenerse en el poder.
Analistas políticos internacionales señalan que la reanudación de la guerra coincidió con un movimiento clave del gobierno: el regreso del ultraderechista Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, a la coalición gubernamental. Ben-Gvir, quien había abandonado el gobierno en enero en protesta por el alto al fuego, reapareció horas después de que Israel retomara los ataques, asegurando así los votos necesarios para aprobar el presupuesto estatal antes del 31 de marzo.
Políticos israelíes han explicado a medios internacionales como New York Times y CNN que si bien Netanyahu ya tenía los votos necesarios para el presupuesto, el apoyo de Ben-Gvir le garantiza su aprobación, pues si el presupuesto no se aprueba, se convocarían elecciones anticipadas y eso es lo que el Primer Ministro desea evitar.
Pero el enojo más grande entre los manifestantes, es la frustración de los familiares de los 59 rehenes aún cautivos en Gaza, de los cuales según estimaciones de la inteligencia israelí solo hay 24 con vida. Para los miles de personas que han salido a las calles, Netanyahu está matando a los rehenes al reanudar la guerra. A esto se sumas las voces de exrehenes que han alzado la voz durante las noches de protestas, diciendo que «no podemos comenzar nuestra rehabilitación hasta que todos estén aquí».
Es así como mientras la guerra se intensifica en Gaza, Netanyahu libra otra batalla dentro de su casa: un enfrentamiento sin precedentes contra el sistema judicial. Acusado de corrupción en un juicio aún en curso, el primer ministro ha intentado despedir a Ronen Bar, jefe del Shin Bet (servicio de seguridad interna), y a la fiscal general Gali Baharav-Miara, quienes investigan su gobierno.
El líder israelí alega que son parte de un «Estado profundo» que «arma al sistema judicial contra él», un discurso que recuerda al del expresidente estadounidense Donald Trump. Sin embargo, la Corte Suprema israelí ya congeló el despido de Bar, y Baharav-Miara ha desafiado el voto de no confianza en su contra.
Entre tanto, el próximo 8 de abril, la Corte Suprema de Israel decidirá si el despido de Bar es legal, a lo que Netanyahu ya ha insinuado que podría ignorar el fallo, lo que desataría una crisis institucional. Las manisfestaciones crecientes, el descontento popular por le manejo de la guerra, la furia de la oposición y los contantes intentos de Netanyahu por evadir el Poder Judicial han llevado a varios políticos locales, incluidos el ex primer ministro Ehud Olmert ha afirmar a medios internacionales que «nunca estuvimos tan cerca de una guerra civil».
Y al parecer esa guerra interna que vive Israel, sus autoridades la proyectan al exterior con más violencia y opresión contra Gaza, que han ampliado a Líbano, Yemen y Cisjordania. Pero para muchos israelíes, el enemigo interno es igual de peligroso con el presupuesto en juego, rehenes en peligro y una sociedad polarizada.
25/03/2025 María Angélica Carvajal