El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha generado análisis dispares sobre su impacto en el escenario internacional, especialmente en Oriente Medio. Mientras algunos, como el ex primer ministro francés Dominique de Villepin, prevén un «terremoto político» en Europa, otros, como el politólogo Emmanuel Todd, minimizan su capacidad de alterar el orden mundial, argumentando las limitaciones del poder estadounidense y sus fracasos recientes en Afganistán, Irak y Ucrania.
Ambos análisis, aunque divergentes en su alcance geográfico, convergen en un punto: la vulnerabilidad de Europa ante las políticas proteccionistas de Trump y la necesidad de una estrategia europea unificada para afrontar este desafío. Sin embargo, en el mundo árabe, la visión estratégica parece ausente. Predomina un pragmatismo cortoplacista, donde cada país busca adaptarse a la «trampa trumpista» de forma individual, sobredimensionando la capacidad de influencia del presidente estadounidense y respondiendo a sus amenazas con concesiones económicas, como el anuncio saudí de invertir 600 mil millones de dólares en Estados Unidos.
Este análisis simplista ignora la complejidad de la política exterior estadounidense en una región tan volátil como Oriente Medio y la diferencia entre la retórica incendiaria de Trump y su capacidad real de acción. Dos visiones contrapuestas dominan el debate: por un lado, la propuesta por Israel, que busca la erradicación de la influencia iraní, la eliminación de la resistencia palestina, y la expansión del proceso de normalización con los países árabes. Por otro lado, una visión más realista que reconoce la persistencia de las tensiones regionales, el creciente papel de Turquía, y las dificultades para ampliar los Acuerdos de Abraham.
La realidad actual muestra una Israel debilitada económicamente y con profundas divisiones internas, mientras que la influencia iraní parece retroceder en la región. La estrategia estadounidense, basada en sanciones económicas y la búsqueda de aliados estratégicos, apuesta por debilitar a Irán y aislar a sus aliados. Simultáneamente, busca impulsar la normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes, con el objetivo de aislar aún más a Irán y consolidar la posición de Israel en la región.
Sin embargo, la política expansionista de Israel en los territorios palestinos, con la continua expansión de los asentamientos y la creciente tensión en Jerusalén, dificulta el avance del proceso de normalización. Algunos analistas sugieren que el propio Netanyahu se ha convertido en un obstáculo para la estrategia de Trump, y que su presión para detener la guerra en Gaza tuvo como contrapartida la autorización tácita para intensificar la represión en Cisjordania.
En definitiva, la política de Trump en Oriente Medio parece seguir un guion conocido: diálogo con Rusia y Corea del Norte, presión económica sobre China, proteccionismo comercial con Europa y Canadá, asfixia económica y aislamiento de Irán, y un enfoque cauteloso en el conflicto palestino-israelí, buscando una «paz» impuesta que consolide la hegemonía regional de Israel.
No se vislumbran cambios drásticos en el horizonte. La brújula de Trump apunta hacia la defensa de los intereses estadounidenses, utilizando una combinación de presión económica, alianzas estratégicas y retórica agresiva. La incógnita reside en la capacidad de los actores regionales para resistir estas presiones y forjar un futuro diferente, más allá de los dictados de Washington.
27/01/2025