En medio de la humedad amazónica y de los discursos sobre la urgencia climática, Marruecos ha logrado captar la atención en la COP30 celebrada en Belém. No lo hizo con promesas grandilocuentes, sino con resultados tangibles: una política del agua basada en innovación, economía circular y planificación a largo plazo. Durante un encuentro paralelo organizado por la Asociación Marroquí de Presidentes de Consejos Comunales y la Dirección General de Colectividades Territoriales, el país norteafricano expuso un modelo de reutilización de aguas residuales que ya está transformando su paisaje urbano y agrícola.
Bajo el título “Reutilización de aguas residuales: alternativa innovadora dentro de la economía circular urbana”, el foro puso sobre la mesa una pregunta cada vez más apremiante: ¿cómo sostener el desarrollo cuando el recurso más esencial se agota? Marruecos, después de siete años consecutivos de sequía y un déficit pluviométrico histórico, ha respondido con una estrategia ambiciosa que conjuga tecnología, energía renovable y gobernanza local.
El país ha convertido la escasez en un laboratorio de resiliencia. Desde Agadir, donde una planta permite irrigar 15.000 hectáreas con aguas recicladas, hasta Marrakech o Rabat-Salé-Temara, donde los parques, campos de golf y zonas agrícolas se abastecen de sistemas de tratamiento urbano, Marruecos ha mostrado que la reutilización puede ser motor económico y ambiental. En la actualidad, más de cincuenta millones de metros cúbicos de agua tratada se destinan cada año al riego y a usos industriales, y esa cifra crecerá exponencialmente: el plan nacional prevé movilizar cien millones de metros cúbicos en 2027 y más de quinientos setenta millones antes de 2040.
Mientras gran parte del planeta sigue centrando sus debates en la reducción de emisiones, Rabat ha optado por mirar el futuro con el prisma del agua. Su estrategia integra el tratamiento, la reutilización y el desalado, impulsado este último por energías limpias como la solar y la eólica. El objetivo: generar 1.700 millones de metros cúbicos de agua dulce al año a finales de la década. En paralelo, el país explora formas de valorizar las salmueras procedentes del proceso de desalación con fines industriales y biotecnológicos, demostrando que incluso los residuos pueden convertirse en recurso.
El protagonismo municipal en este modelo no es menor. En Sidi Ifni, por ejemplo, una planta de tratamiento cubre ya el 20 % de las necesidades hídricas locales, permitiendo asegurar el abastecimiento a la población y al mismo tiempo mantener los espacios verdes. Otras ciudades, como Tetuán o Tánger, replican el esquema dentro de un programa de expansión previsto para alcanzar a noventa municipios entre 2025 y 2034. También el sector privado interviene activamente: el grupo OCP, uno de los mayores productores de fosfatos del mundo, reutilizó más de veinte millones de metros cúbicos de agua en 2024 para sus procesos industriales.
Marruecos ha entendido que el agua es hoy un asunto de soberanía, pero también de cooperación. En Belém, sus representantes insistieron en la necesidad de un puente entre África y Europa para desarrollar proyectos de formación y transferencia tecnológica que fortalezcan una nueva generación de dirigentes locales con conciencia ecológica. La estrategia hídrica marroquí se ha convertido en un argumento diplomático: un ejemplo real de adaptación en un continente especialmente vulnerable a los efectos del cambio climático.
Cada cifra y cada proyecto expuestos en la COP30 reflejan una constatación que trasciende fronteras: el futuro de la seguridad y del desarrollo pasa por cómo gestionamos cada gota. Marruecos ha decidido no esperar milagros meteorológicos; ha construido, gota a gota, un modelo que combina ciencia, voluntad política y trabajo de base. En un planeta que se seca más rápido de lo que negocia, su experiencia no solo ilustra lo que puede hacerse con pocos recursos, sino lo que debe hacerse con visión de futuro.
12/11/2025









