La reciente visita del presidente transitorio de Siria, Ahmed al-Sharaa, a la Casa Blanca ha sido calificada por numerosos analistas como un acontecimiento histórico sin precedentes en las relaciones entre Damasco y Washington. Su encuentro con el presidente estadounidense Donald Trump, junto al vicepresidente y los secretarios de Estado y del Tesoro, marca un punto de inflexión en la política exterior siria desde la independencia del país en 1946.
El simbolismo del momento no radica solo en la visita en sí, sino también en la figura de sus protagonistas. Trump, conocido por sus posturas imprevisibles y su visión transaccional de la diplomacia, se reunió con un dirigente sirio que, hasta hace poco más de un año, lideraba un movimiento islamista que combatió tanto al régimen de Bashar al-Asad como a las fuerzas de ocupación estadounidenses en Irak. Esa transformación de Al-Sharaa—de comandante insurgente a jefe de Estado en transición— ofrece una metáfora viva del caos y la reinvención que han caracterizado a Siria en la última década.
Las circunstancias que han llevado a este encuentro no se explican solo por mediaciones diplomáticas discretas. En el fondo, responden al peso geoestratégico que Siria continúa teniendo en el tablero de Oriente Medio. Tras el fin de más de medio siglo de dominio del “Movimiento de Corrección” instaurado por Hafez al-Asad, el país se halla en una fase de redefinición política y económica en la que tanto Washington como Moscú buscan influir. No resulta casual, por tanto, que antes de aterrizar en Washington, Al-Sharaa fuera recibido también en el Kremlin por Vladímir Putin, en una escena que refleja el reacomodo de las grandes potencias frente a un nuevo liderazgo sirio.
De la reunión en la Casa Blanca han surgido compromisos que, aunque de alcance limitado, podrían marcar el inicio de una nueva etapa. El anuncio de Trump de revisar ciertas sanciones impuestas por el “Acta César” y su disposición a mediar en el Congreso para suavizar las medidas económicas constituyen logros de notable relevancia para Damasco. A corto plazo, Washington podría también moderar los ataques israelíes en el sur del país, especialmente en los Altos del Golán, un gesto que supondría un alivio táctico para un gobierno sirio exhausto.
Pese a ello, el futuro sigue plagado de incógnitas. La adhesión de Siria al frente internacional contra el autodenominado Estado Islámico no es una concesión, sino una consecuencia natural de la enemistad que Al-Sharaa mantuvo con esa organización desde antes de la caída del régimen anterior. Pero el verdadero desafío residirá en convertir esta nueva relación con Estados Unidos en un marco de estabilidad duradera, capaz de reconciliar las paradojas del pasado con las demandas de un futuro incierto. Lo que está claro es que, por primera vez en décadas, Siria ha vuelto a situarse en el centro del juego diplomático mundial.
12/11/2025
Abdelhalim ELAMRAOUI









