La BBC, emblema de rigor y credibilidad periodística, vive una de las crisis más profundas de su historia. Un asunto aparentemente técnico —la edición de un discurso de Donald Trump en un documental del programa Panorama— ha prendido una mecha que sacude los cimientos de la mayor institución pública de comunicación del Reino Unido. Lo que comenzó como un “error de juicio” se ha convertido en una prueba de fuego sobre el futuro del periodismo como oficio y como servicio público.
La polémica gira en torno a un montaje que alteró el sentido original de las palabras de Trump. En el documental emitido poco antes de las elecciones estadounidenses de 2024, se unieron dos fragmentos distantes de un mismo discurso, haciendo parecer que el presidente incitaba directamente a la violencia durante los disturbios del Capitolio. El recorte omitió su llamamiento inicial a la protesta “pacífica”, y esa omisión, detectada más de un año después, ha desatado un huracán mediático y político.
Las consecuencias fueron inmediatas. El director general, Tim Davie, y la responsable de noticias, Deborah Turness, dimitieron asumiendo la responsabilidad. La cadena pidió disculpas y admitió el fallo, pero la tormenta no amainó. A diferencia de crisis previas, esta no se limita a la reputación de una figura o de un programa: afecta directamente a la noción de confianza que la BBC ha construido durante un siglo. En tiempos en que la desinformación ha contaminado la esfera pública y los medios compiten entre velocidad y veracidad, la BBC ha descubierto que incluso una institución sólida puede tambalearse por un error de montaje.
La repercusión política es enorme. Trump ha convertido el episodio en munición para reforzar su narrativa de persecución y señalar a los medios de comunicación como “enemigos del pueblo”. Su amenaza de una demanda millonaria eleva la presión sobre la corporación y sobre el Gobierno británico, que observa con inquietud la erosión de la confianza pública en una de las instituciones más respetadas del país. En Westminster, el debate ya trasciende el caso concreto: ¿debe redefinirse el papel de la BBC en una era dominada por los algoritmos, las redes y la polarización global?
El contexto agrava la crisis. En 2027 vencerá el royal charter, la carta que fija el mandato y la financiación pública de la BBC, sustentada por una tasa que pagan los hogares británicos. En medio de recortes, presiones políticas y un clima de desafección hacia los medios tradicionales, cualquier desliz puede interpretarse como argumento para restringir su “independencia” o revisar su modelo. El asunto del documental llega, pues, en el peor momento posible: cuando la BBC intenta demostrar que sigue siendo necesaria y diferente en un entorno saturado de ruido.
Sin embargo, lo que está en juego va más allá de un documental o de una sanción política. El escándalo actúa como espejo de un dilema universal: ¿cómo mantener la fe en la verdad informativa cuando la propia verdad se fragmenta en mil pantallas? La BBC ha sido durante décadas el “estándar moral” del periodismo occidental, la “voz serena” en medio del caos. Hoy, esa voz se ve forzada a justificarse, a explicarse y, sobre todo, a defender una idea cada vez más frágil: que los hechos siguen siendo más importantes que los bandos.
Cualquier medio puede cometer un error; lo difícil es no traicionar su esencia cuando lo hace. Por eso esta crisis no define solo el presente de la BBC, sino su porvenir. En un mundo hipersensible a la manipulación y al sesgo, el periodismo público ya no basta con ser honesto: debe parecerlo con total nitidez. La BBC, que durante un siglo fue “sinónimo de confianza”, se enfrenta ahora a su desafío más íntimo: reconstruir, ante los ojos del mundo, el vínculo invisible entre informar y ser creída. Porque, al final, lo que peligra no es la reputación de una cadena, sino una convicción esencial: que todavía hay verdad en las palabras cuando se las cuenta con responsabilidad.
Mohamed BAHIA
12/11/2025









