Una lancha rápida surcando el Mediterráneo en plena noche. A bordo, no viajan migrantes anónimos, sino uno de los hombres más poderosos y temidos de Argelia: el general Abdelkader Haddad, apodado «Nasser el Djinn» (Nasser el Genio), exjefe de la seguridad interna del país. Su destino: la costa de Alicante, en España. Su huida no es solo un escape, es un terremoto político que revela las profundas fracturas que corroen al régimen argelino.
La operación, digna de un thriller de espionaje, se ejecutó entre el 18 y el 19 de septiembre y ha sumido a Argel en un estado de paranoia colectiva. La capital amaneció paralizada por un despliegue de seguridad sin precedentes desde los «años de plomo» del terrorismo. Helicópteros sobrevolando la ciudad, controles militares en cada esquina y un caos circulatorio monumental delataban el pánico en las altas esferas del poder: el hombre que guardaba los secretos más oscuros del Estado se había esfumado.
El general Haddad no es un disidente cualquiera. Tras caer en desgracia en mayo y ser puesto bajo arresto domiciliario, sabía que su futuro era una celda o una tumba. Según ha filtrado a su llegada a España, decidió huir porque estaba convencido de que «iba a ser asesinado antes de comparecer ante un juez» y que su muerte sería presentada como un suicidio. La razón de su caída, según periodistas argelinos, fue haber iniciado investigaciones sobre una red de corrupción que salpicaba al círculo más íntimo del presidente Abdelmadjid Tebboune. El «Genio» se había acercado demasiado al sol.
Su elección de España como refugio no es casual. La costa levantina se ha convertido en el exilio dorado y, a veces, en la última guarida de la élite argelina. Haddad conoce bien la zona; ya vivió un exilio previo en Alicante entre 2015 y 2020, huyendo de otra purga. Como él, otros generales y políticos han invertido en propiedades en España, un lugar lo suficientemente cercano para seguir influyendo y lo suficientemente seguro para esconderse cuando los vientos del poder cambian de dirección.
Sin embargo, esta fuga es mucho más que la historia de un hombre. Es el síntoma de una enfermedad crónica que padece el sistema argelino: una lucha de clanes salvaje y cíclica. Desde que en 2015 el expresidente Bouteflika, apoyado por el entonces jefe del ejército Ahmed Gaïd Salah, desmantelara el todopoderoso Departamento de Inteligencia y Seguridad (DRS), el equilibrio de poder se rompió. Aquel trípode que sostenía el régimen —Presidencia, Ejército e Inteligencia— se fracturó, dando lugar a una inestabilidad permanente.
Hoy, según diversas fuentes, cerca de 200 altos oficiales, entre ellos una treintena de generales, se encuentran en prisión. Las purgas son constantes y las rehabilitaciones, a menudo, temporales. El propio sucesor de Haddad es un general que pasó años en la cárcel antes de ser restituido. Es un sistema que se devora a sí mismo, donde la lealtad es un bien perecedero y la traición, una herramienta de supervivencia.
El silencio sepulcral de los medios oficiales argelinos solo ha alimentado la tormenta de rumores. Se habla de complicidades al más alto nivel que facilitaron la fuga, lo que evidencia que el poder del presidente Tebboune es mucho más frágil de lo que proyecta su discurso de la «Nueva Argelia».
Ahora, con «Nasser el Djinn» en suelo europeo, se abre una caja de Pandora. Su testimonio podría convertirse en un arma geopolítica de primer orden, exponiendo los secretos de corrupción, las luchas internas y las operaciones encubiertas de uno de los regímenes más opacos del norte de África. La fuga del «Genio» no cierra un capítulo; abre uno nuevo y mucho más peligroso para la cúpula de Argel, que ahora mira con nerviosismo al otro lado del Mediterráneo, preguntándose cuál será el próximo movimiento de un hombre que sabe demasiado.
Mohamed BAHIA
26/09/2025