La semana arranca en la Asamblea General de la ONU con un gesto que, en otro contexto, hubiera sido histórico: Francia, Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal reconocen oficialmente al Estado de Palestina. La fotografía protocolaria —manos estrechadas, discursos de rigor, bandera palestina ondeando por primera vez junto a la de Israel en el frontón de la ONU— oculta, sin embargo, el hedor a humo que aún impregna Gaza. Porque este acto, presentado como un hito diplomático, llega demasiado tarde para los 40.000 muertos bajo las bombas, y demasiado pronto para olvidar que Occidente fue cómplice de cada día de ese genocidio.
La retórica occidental ha cambiado de registro, no de fondo. Hace apenas dos años, Emmanuel Macron aseguraba que reconocer Palestina sería “un premio al terrorismo”; hoy, desde el estrado neoyorquino, habla de “justicia histórica” sin mencionar que su gobierno sigue vendiendo a Israel los misiles que pulverizaron los hospitales de Beit Hanoun. Es la misma hipocresía que permite a Rishi Sunak proclamar su “compromiso con la paz” mientras los barcos británicos patrullan el Mediterráneo para impedir que llegue ayuda humanitaria a Gaza. El reconocimiento, en este escenario, no es un acto de reparación: es una coartada para seguir mirando hacia otro lado.
El dato escupe verdades: 150 países ya habían reconocido a Palestina antes de esta semana. La mayoría del Sur Global lo hizo en los años 80, cuando la URSS aún existía y Nelson Mandela estaba en prisión. Suecia, Irlanda y España se adelantaron a la actual oleada sin necesidad de que 2,3 millones de palestinos fueran enterrados bajo escombros. Lo que hoy se vende como “viraje histórico” es, en realidad, el último capítulo de una tardía operación de relaciones públicas: Occidente intenta lavar su imagen sin cuestionar el sistema de apartheid que financia. Porque reconocer un Estado sin territorio viable —Gaza en ruinas, Cisjordania cercada por asentamientos, Jerusalén Este anexionada— es como firmar un certificado de defunción con sello de nacimiento.
La Resolución de la ONU que acompaña estos reconocimientos añade un detalle siniestro: la exclusión del Hamas de cualquier proceso político futuro. Traducción: los palestinos serán libres siempre que voten a los candidatos aprobados por Washington y Bruselas. Es la misma lógica colonial que en 2006 boicoteó a Hamás tras ganar las elecciones legislativas, que encarceló a sus diputados en Jerusalén, que impuso el bloqueo tras expulsar a la Autoridad Palestina de Gaza. Ahora, la comunidad internacional exige “unidad palestina” bajo sus términos: un presidente muerto en vida (Abbas, con un mandato caducado desde 2009) y un primer ministro fantasma (Mohammad Mustafa, ex hombre del Banco Mundial que nunca pisó un campamento de refugiados).
En los pasillos de la ONU, los diplomáticos occidentales celebran que Estados Unidos quede aislado como único miembro permanente del Consejo de Seguridad sin reconocer a Palestina. Pero ese aislamiento es una farsa: Joe Biden no necesita votar en favor mientras sus aliados le hacen el trabajo sucio. Ayer, la UE aprobó un nuevo acuerdo de asociación con Israel que incluye cláusulas de “cooperación militar avanzada”. Hoy, Macron promete “reconstruir Gaza” sin exigir el fin del bloqueo. El mensaje es claro: Palestina será un Estado cuando Israel lo permita, y no antes.
Mientras tanto, en los campamentos de Deir al-Balah, los supervivientes de la masacre de Nuseirat recogen metralla para construir chozas. No saben que Francia les ha reconocido: no tienen electricidad para encender una radio. En Jenin, los refugiados de 1948 contemplan cómo los bulldozers israelíes ampliaron el Muro de Apartheid hasta absorber sus últimas tierras. No les sirve de nada que Trudeau haya firmado un papel en Ottawa: sus hijos seguirán siendo apuntados por francotiradores cuando vayan a la escuela. El reconocimiento sin desmantelamiento de la ocupación es un insulto a los muertos y una burla a los vivos.
La historia no juzgará esta semana por los discursos, sino por los hechos que la precedieron. Por los 2.000 libras de bombas británicas que cayeron sobre Shujaiya. Por los drones canadienses que guiaron los tanques hacia los hospitales. Por los vetos franceses en la ONU que bloquearon un alto el fuego. El reconocimiento de Palestina no es un punto de inflexión: es la evidencia de que Occidente puede permitirse el lujo de ser generoso con las cenizas. Gaza arde desde hace 700 días. Y mientras arda, toda bandera palestina ondeando en Ginebra será un sudario que oculta la sangre.
22/09/2025