El asfalto madrileño, escenario de la última etapa de LaVuelta, se convirtió esta semana en un tablero donde se juegan partidas geopolíticas mucho más complejas que la mera competencia deportiva. La interrupción de la carrera, orquestada por manifestantes pro-palestinos, no fue un simple acto de protesta, sino una audaz jugada que ha reconfigurado el panorama político español, desatando una tormenta de reacciones y exponiendo las profundas divisiones que fracturan la sociedad.
Lo que comenzó como una denuncia contra la presencia de un equipo israelí en la competición, escaló rápidamente hasta convertirse en un pulso entre el gobierno de Pedro Sánchez y la oposición liderada por Alberto Núñez Feijóo. Sánchez, en un movimiento que algunos califican de audaz y otros de oportunista, no dudó en mostrar su apoyo a los manifestantes, elevando el tono de su crítica hacia las acciones de Israel en Gaza y calificándolas, sin ambages, de «genocidio». Esta postura, aunque coherente con la línea de su coalición con Sumar, ha generado una ola de críticas desde la derecha, que acusa al presidente de incendiar el debate público y de priorizar la rentabilidad política por encima de la defensa de la ley y el orden.
La respuesta del PP, sin embargo, revela las complejidades de la situación. Feijóo, atrapado entre la necesidad de criticar la gestión de Sánchez y el imperativo de no alinearse completamente con las controvertidas políticas de Benjamin Netanyahu, ha optado por un discurso ambiguo, intentando navegar en aguas turbulentas sin mojarse demasiado. Esta estrategia, percibida por muchos como una falta de valentía, podría costarle caro al líder popular, expuesto a las críticas de ambos bandos y incapaz de capitalizar el descontento generalizado.
Más allá de las maniobras partidistas, la parálisis de LaVuelta ha puesto de manifiesto una realidad ineludible: el genocidio en Gaza se ha incrustado en el debate nacional, polarizando a la sociedad y obligando a los actores políticos a tomar partido. La protesta, amplificada por la cobertura mediática internacional, ha logrado visibilizar la indignación de una parte significativa de la población española ante la crisis humanitaria en Gaza, al tiempo que ha generado rechazo entre aquellos que consideran que el deporte no debe ser politizado.
El impacto de este episodio trasciende lo puramente coyuntural. La polarización exacerbada, la instrumentalización del conflicto palestino con fines políticos, y la dificultad de construir consensos en torno a temas sensibles amenazan con erosionar la cohesión social y con dificultar la búsqueda de soluciones a los problemas reales que afectan al país. LaVuelta, convertida en metáfora, nos recuerda que las divisiones internas, al igual que las etapas montañosas, pueden resultar extenuantes y poner a prueba la resistencia de la sociedad española. El desafío, ahora, es encontrar la manera de superar estas dificultades y de construir un futuro más justo y equitativo, sin caer en la trampa de la polarización y el dogmatismo.
Mohamed BAHIA
15/09/2025